El 6 de febrero la Iglesia Universal celebra la memoria litúrgica de San Pablo Miki y sus compañeros mártires, quienes en el año 1597 fueron salvajemente torturados y asesinados por defender la fe.
Este grupo de jóvenes estaba integrado por tres jesuitas, entre los que se contaba San Pablo, y 23 franciscanos, de los cuales 6 eran religiosos y el resto laicos.
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Pablo Miki, era oriundo de Japón y nació en 1566 en el seno de una familia acomodada. Fue educado por jesuitas y más adelante integró la Compañía de Jesús. Como sacerdote, se convirtió en un gran predicador y evangelizador.
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Hacia finales del siglo XVI, la persecución contra los cristianos había recrudecido, pero los misioneros, en vez de huir, permanecieron al lado del pueblo de Dios, asistiendo sus necesidades espirituales. Cuando capturan a Pablo Miki y sus compañeros, les condenan a morir crucificados.
“Antes de la ejecución, los prisioneros fueron obligados a caminar alrededor de mil kilómetros, desde Kioto hasta Nagasaki, la ciudad más evangelizada de Japón por aquel entonces. Antes de partir, les cortaron la oreja izquierda a los 26 hombres, y los hicieron caminar de pueblo en pueblo, en pleno invierno, con la finalidad de atemorizar a aquellos que pretendían hacerse católicos”
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Ya en Nagasaki, el 6 de febrero de 1597, los laicos del grupo pudieron confesarse con los sacerdotes antes de ser crucificados. En medio de la tortura oraban sin cesar pidiendo por la fe de los cristianos.
San Pablo Miki y compañeros fueron canonizados por el Papa Pío IX en 1862, junto al hermano Miguel de los Santos, perteneciente a la Orden de la Santísima Trinidad.