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Moronta insta a nuevos diáconos a mantenerse firme en la fe, y con la caridad del buen pastor

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Este viernes, se llevó a cabo la ordenación diaconal de Jefferson Márquez Rodríguez, cuyo acto estuvo presidido por Monseñor Mario Moronta, Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, en la parroquia San Gabriel Arcángel, San Lorenzo, en la entidad.

En su homilía, Moronta dijo que en el rito litúrgico de la Ordenación Presbiteral, el momento central es cuando, junto con la imposición de manos del Obispo, éste pronuncia la oración de consagración, con la cual, se pide le sea concedida al candidato la gracia del Espíritu de Santidad. Así, entonces se produce la configuración a Jesucristo, Sacerdote eterno de la Nueva Alianza. Esto es imprescindible en la acción litúrgica que se celebra.

Todos los demás ritos tienen que ver con esta realidad sacramental. Son una explicitación de la forma y del compromiso que se adquiere con la mencionada configuración. Entre ellos, hay tres ritos o momentos que suelen pasar desapercibidos o considerados como de menor importancia. Sin embargo, ellos están vinculados a los efectos del sacramento. Son los que están reseñados al inicio del rito de la ordenación.

 El primero de ellos, explicó Monseñor es la llamada y presentación del candidato. El segundo, es la respuesta del mismo al decir “¡presente!” Y, el tercero, se halla en la aceptación del Obispo a la respuesta del candidato, acompañada por el reconocimiento de la asamblea litúrgica. Meditarlos nos permitirá descubrir la importancia que tienen y las enseñanzas que encierra de cara al acto sacramental de la configuración a Cristo Sacerdote.

Luego de la proclamación del Evangelio y antes de la homilía del Obispo, un miembro del Presbiterio, generalmente el rector del Seminario llama al candidato por su nombre, indicando la razón de ser de esa misma llamada. El presbítero que llama, además de representar al presbiterio donde se incorporará posteriormente el ordenando, habla en nombre de la Iglesia. Hace las veces de la misma Iglesia para hacer patente la llamada de ésta al candidato. Posteriormente, el mismo presbítero dará fe de que es “digno” para recibir la ordenación.

 Es importante destacar que la llamada de la Iglesia es una manera pública de reconocer que también el ordenando ha sido llamado por Dios. Posteriormente, lo reafirmará cuando el Obispo pregunte acerca de su idoneidad. No se trata de una acción oculta ni de carácter esotérico; tampoco es el conferimiento de un oficio al estilo de una profesión secular. Es un acto eminentemente eclesial que expresa la llamada de Dios y, por tanto, con la carga sacramental que se experimentará con la imposición de las manos y oración de consagración.

 El segundo momento de estos ritos iniciales del sacramento es de suma importancia. El ordenando responde ¡presente! No es una respuesta como si se tratara de ver si se encuentra allí para ese momento solemne, como cuando, por ejemplo, se pasa lista para comprobar la asistencia de una o varias personas en cualquier acto.

 El vocablo ¡presente! Encierra una profundidad teológica que no solemos tener en gran consideración. En la versión latina del rito de ordenación se dice ¡Adsum! Esta expresión indica algo más que la pura presencia para iniciar el rito litúrgico. Sin entrar en mayores disquisiciones de tipo lingüístico, podemos traducirla de la siguiente manera: ¡aquí estoy para! Es decir, muestra la disponibilidad, a partir de ese momento, para cumplir con un encargo o una misión. No es un simple manifestar que se está allí, sino que está indicando, como se le enseñó a Samuel, que se está siempre presente para cumplir con el encargo de Dios.

Asimismo, la traducción castellana que se suele emplear, ¡presente! Engloba un sentido teológico lleno de profundidad y muy vinculado a una de las características propias del ministerio sacerdotal como lo es el hacer memoria. El participio presente y activo está indicando que, no sólo se encuentra allí para dar inicio a un rito; expresa que, a partir de ese momento está manifestando la disponibilidad total de su ser personal para hacer realidad la memoria del sacerdocio de Jesucristo, al cual va a ser configurado.

Esto nos permite entender, no sólo la importancia de la respuesta a la llamada de Dios y de la Iglesia, sino su contenido y la durabilidad en el tiempo de su existencia humana, cristiana y sacerdotal. Por eso, no es un simple decir “aquí estoy”. El ordenando, al estilo de Samuel, también dirá como lo hizo María: ¡FIAT! “¡Hágase en mí según tu Palabra! Con la respuesta pública del ordenando, el pueblo de Dios contempla cómo el misterio de la llamada se traduce en la generosidad de la respuesta. Junto a las explicaciones lingüísticas antes señaladas, existe la aseveración de que no es algo coyuntural o puntual: es el inicio de una existencia sacerdotal-ministerial que se abre hasta la eternidad. Le corresponderá al ordenando mantenerse fiel en su respuesta, para lo cual cuenta con la gracia sacramental.

El tercer momento es la confirmación de los dos primeros. El ordenando es convocado-llamado y da su respuesta. Entonces, el Obispo preguntará si es digno. En el brevísimo diálogo, el presbítero que ha presentado al candidato, en forma de síntesis asegura que, “en cuanto lo permite la fragilidad humana, ha sido considerado digno”. Esto encierra la decisión de los formadores y del mismo Obispo de considerar que está debidamente preparado y capacitado para el ejercicio del ministerio configurado a Cristo Sacerdote.

Es importante también entender el significado del vocablo “digno”. No es un término que le coloca por encima de los demás. Es cierto que recibe la “dignidad” sacerdotal. Pero ésta no puede ser entendida como el ser superior o más que los demás. Los Padres de la Iglesia suelen hablar de la “dignatio”; es decir, la capacidad que la gracia le da al ordenando para ejercer su ministerio. Ministerio traduce “servicio”: y, de acuerdo a lo que nos enseña el Evangelio, éste hace que quien lo recibe viva con la pequeñez, sencillez y humildad características del Señor Jesús, quien dio el ejemplo al lavar los pies a sus discípulos. Ser “digno” no es separar, sino permitir que se encarne de verdad en el pueblo en medio del cual ha de aparecer como servidor y testigo.

Al recibir la seguridad de que ha sido considerado “digno”, entonces el Obispo confirma la llamada de la Iglesia: “Elegimos a este hermano nuestro para el orden del presbiterado”. No sólo es llamado, no sólo se recibe su respuesta, sino que se introduce el paso más importante: es elegido para luego recibir la consagración con la imposición de las manos y la oración correspondiente. Entonces, el pueblo de Dios, presente en la asamblea litúrgica, manifiesta su alegría y a exclamar “demos gracias a Dios”. Esto, en muchos lugares, es acompañado por un aplauso de gozo y aceptación.

 Estos tres momentos y ritos iniciales no deben pasar desapercibidos. Ellos nos introducen en lo más importante: luego de manifestar la llamada y la respuesta, con la confirmación por parte del Obispo, se pasará a la consagración que marcará la configuración a Cristo Sacerdote. Los otros ritos permitirán entender la profundidad del misterio que se celebra con el sacramento del orden.

Les invito a que contemplemos en la persona de Jefferson al llamado, al que da la respuesta y al que es elegido para ser configurado a Cristo Sacerdote. Al hacerlo, estamos invitados a acompañarlo hoy y siempre con nuestra oración y con la certeza de que está haciendo memoria del Servidor por excelencia, El Salvador de la humanidad.

Querido hijo:

Has demostrados, a lo largo de tu proceso formativo, lo que hace poco has vuelto a manifestar: que estás dando respuesta positiva a la llamada de Dios y de la Iglesia. Has sido elegido y dentro de algunos instantes, con el sello del Espíritu, por la imposición de mis manos y la oración propia, serás consagrado para ejercer el ministerio sacerdotal en nombre de Cristo. Mantente firme en la fe. Con la caridad del buen pastor, demuestra que has recibido la dignidad para servir a todos, en especial a los más pobres y excluidos de la sociedad, a los alejados y a los que requieren de ti. Para ello sé un hombre de esperanza, a fin de que puedas conducir a tus hermanos hacia los pastos fértiles de la plenitud y liberación pascual.

No dejes de ser sencillo y fortalece siempre el celo apostólico que te caracteriza. Te distingues por la cercanía y la creatividad en tus acciones pastorales: no dejes de realizar esto, sabiendo que para ello cuentas con la gracia del Espíritu. Sé modelo de la grey que se te encomienda, haciendo memoria viva de la entrega pascual de Jesús. No dejes nunca la oración, la Palabra de Dios y la Liturgia, especialmente la eucarística… pero no como un profesional, sino como quien actúa en nombre del Señor.

 Que la maternal protección de María, Madre de los sacerdotes, junto con la intercesión de San Gabriel y San Lorenzo te acompañen siempre. Amén.

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