Los montes y los confines de la tierra, el silencio y la música, las palabras y “la palabra”, las tinieblas y la luz constituyen el trasfondo de la celebración de la Natividad del Señor. Los símbolos, cuando son utilizados convenientemente, proporcionan una profundidad que no siempre las palabras son capaces de alcanzar. En este sentido, la liturgia de este tiempo preparatorio a la Navidad, se presenta con una abundancia de símbolos, para describir un misterio profundo: Dios se ha encarnado.
Los pies
Un primer símbolo son los pies: “qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia”. El profeta Isaias se fija en la hermosura de los pies ¡qué locura! Nadie dice “¡qué pies más bonitos tienes!”. Los pies tienen un carácter funcional, es decir, nos conducen hacia al lugar al que queremos ir, ejecutando las órdenes dadas por el cerebro y, a veces, por el corazón.
Los pies están en contacto con la tierra, con el fango, con el mundo. Aunque vivamos con los pies en el barro, nadie va a impedirnos levantar los ojos hacia las estrellas. Los pies son hermosos, porque nos conducen al lugar donde las rodillas besan el suelo; el corazón se postra; la Buena Noticia tiene gesto de Bondad, cara de Paz y rostro de Niño. Los pies son el símbolo del camino, y la hermosura de los pies estriba en la belleza del mensaje.
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Cuando los pies están cansados es posible seguir caminando con el corazón. Sin duda, con el corazón se pueden recorrer caminos mucho más arduos, escarpados e inhóspitos que con los pies.
La música
“Cantad al Señor un cántico nuevo […] Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos”. La música acompaña a las buenas noticias y el canto, espontáneo u organizado, resuena en los momentos de alegría. La aclamación de los ángeles es presentada como un cántico ante el nacimiento del Hijo de Dios: “apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en el cielo!” (Lc 2,13-14).
La música transmitida con villancicos y aguinaldos durante estos días suenan en tantos hogares, de forma evangelizadora acompañan las Misas de Aguinaldo y las posadas, de forma especial la celebración de la Natividad, ella es el símbolo de la esperanza y la alegría por el nacimiento de Jesús. Que no falte nunca en nuestras casas, hogares y parroquia la alegría del canto, ni el canto de la esperanza.
La palabra
El tercer símbolo, no es una palabra, sino “La Palabra”: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). Uno de los “secretos” de Dios es no cansarse de comenzar cada día, por eso, una de las claves de la santidad consiste en no cansarnos nunca de estar empezando siempre. Es posible afirmar que los verbos «existir, estar y ser”, presentes en el inicio del Cuarto Evangelio, ponen el acento en lo fundamental, esencial y sustancial.
La Natividad, celebrada por muchos con “mensajitos”, “lucecitas”, “musiquitas”, es necesario que se escuche la Palabra; que brille la Luz; que suene el cántico del ¡Gloria!; que se muestre la belleza de los pies de los mensajeros que proclaman la paz, que anuncian la buena noticia.
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Nuestros hogares cristianos reunidos celebrando el nacimiento del hijo de Dios; una noche de la perfecta alegría, una noche donde La Palabra viene a ayudarnos a contemplar desde el silencio, como Dios salva a los hombres a través de los hombres: encarnándose asumiendo nuestra frágil humanidad para que con sus gestos y palabras seamos gente de bendición (bien hablar de los demás) y bienhechores (el bien hecho a los demás) para con todos.
Pbro. Jhonny Zambrano