Estamos frente a situaciones complejas que requieren desprenderse de las respuestas automáticas, situarse más allá de la visión binaria y buscar nuevos recursos en el almacén de las estrategias.
Podemos seleccionar sólo algunas: el referendo del tres de diciembre; los acuerdos de Barbados y la política transicional de la oposición. Temas que además de estar conectadas linealmente se vinculan dinámicamente entre sí y a los que el gobierno intenta convertir en materia prima de una nueva ola de polarización con el ingrediente explosivo de un patriotismo chovinista.
El referendo es la continuación de la torpe y errónea defensa que el gobierno ha hecho de los títulos y derechos de Venezuela sobre su territorio Esequibo. Propiciar un manotazo abstencionista en el referendo es un acto de indiferencia que revela que también en sectores de la oposición se carece de brújula para manejar el tema con sentido de Estado.
En términos coyunturales y de corto plazo hay que participar en el referendo con una explicación coherente sobre las motivaciones y propósitos que preservan el interés de la nación.
Hay que obligar a Maduro a que asuma la defensa del territorio como asunto nacional y a que desista de su uso electoral. Hay que votar para que el gobierno no tenga ninguna justificación para eludir sus responsabilidades y su deber de presentar el próximo abril sus alegatos ante la Corte Internacional.
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La oposición debe mejorar su presión para reforzar su presión ante el Gobierno para que cumpla los acuerdos de Barbados y México.
La realización de las elecciones presidenciales es el primer y más importante paso estratégico en esta fase porque es la apertura de una vía venezolana de transición.
Una transición que ya comenzó. Emerge en la imposibilidad de que el país soporte el régimen económico e institucional que destruye agresivamente a la nación en términos de crisis humanitaria de la población, indefensión del territorio y descomposición del Estado. Pero la noción de país engloba a oficialismo y oposición, cuya pugna ciega es a veces un contratiempo para la urgencia del cambio.
El desarrollo de la transición es inevitable porque el régimen no puede contener la exigencia de mejor vida que toma cuerpo también en sus propias filas. Ya no puede imponer su voluntad para vencer una resistencia social que hace improbable su permanencia en el poder. Incluso para ganar tiempo requiere hacer algunas aperturas.
El gobierno perdió su causa existencial. Arrió las banderas de la democracia participativa y de la justicia social. El avance hacia el futuro reclama otra forma de gobernar.
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A su vez, la oposición requiere apartar sus fantasías de poder en solitario y el espejismo del caudillo que constituyen el fundamento de emociones y posiciones que impiden formular una alternativa viable para iniciar una nueva época.
La equivocación extremista de rechazar el dialogo y la negociación con los sectores autocráticos esconde la pretensión de combatir autoritarismo con más autoritarismo.
La insuficiencia de una política que procure el acuerdo es una rémora de la identidad negativa que se ha construido la oposición y la obstinación de no aprender a luchar por la democracia dentro de una sofocante imposición autocrática.
Simón García