Desde hace algunos años he tenido la oportunidad de expresar desde la opinión personal, la oración y la lectura asidua, lo que me dice y nos dice a todos el Evangelio. Desde que era un niño recuerdo a mi padre, el siervo de Dios, Lucio León Cárdenas, cómo desde su humildad y sencillez de artesano y con gran entrega a Dios en su apostolado, se dirigía hacia aquellos que incurrirán en alguna falta de caridad. Siempre que le fue posible, llamaba la persona que necesitaba un consejo, una corrección, o ambos.
Al preguntarle sobre eso siempre su sonrisa demostraba la importancia y la necesidad de la caridad ante las carencias de testimonio que alguno pudiese mostrar.
El Evangelio de este domingo (Mt 13, 24-43) nos habla de la cizaña y de la necesidad de saber con conciencia que no podemos permitir crecer con ella ni con aquello que pueda dañar el sentido común y la vida propia de quienes desean seguir a Cristo de verdad y de corazón.
Con esta reflexión, me uno a quienes han manifestado -y seguramente manifestarán- su descontento, dolor y tristeza (y muchas más cosas) ante las declaraciones de un hermano sacerdote refiriéndose de manera despectiva y poco decorosa, con mala educación y con la actitud de quien se olvida el significado de seguir a Cristo, hacia NUESTROS HERMANOS que están regresando a nuestro país, donde lamentablemente no han encontrado el trato que merecen por parte de algunos pero sí de parte de la Iglesia-Madre, la Iglesia – ternura y la Iglesia – verdadera, la de los pobres y excluidos.
Hermano sacerdote Numa Molina, (y le llamo hermano, porque yo sí creo en la fraternidad sacerdotal y a ud. al parecer hay que recordárselo), ya en más de una ocasión le han invitado a reflexionar y al parecer eso le falta en su plan de vida diario. No sé trata de pasar por encima de alguien o hacer ver que «no le importa» lo que le digan, se trata de dar a conocer el verdadero rostro de Dios.
Le recuerdo que somos sacerdotes, ministros de Jesucristo, la voz de los sin voz, la voz de quienes sienten la necesidad de Dios. Somos quienes desde nuestro ministerio estamos llamados a vivir el Evangelio, caminando junto al pueblo de Dios y siendo testigos de la resurrección. Somos escogidos por Dios, con debilidades y defectos, pero llamados para anunciar que vale la pena seguir a Cristo y que somos hermanos en Él, hijos de un mismo Padre.
No sé si invitarle a recorrer barrios, visitar enfermos, o ser cercano con la gente, con los fieles, (muchos lo hemos hecho). Tal vez, como en otras ocasiones hará caso omiso y encontrará quien aplauda sus declaraciones o cualquier cosa que diga para «contentar» a los demás. No importa, pero lo que sí haré es invitarle a que, cuando celebre la Eucaristía y vea en alto la Hostia Consagrada en sus manos, tenga el valor de decirle a Jesús Eucaristía, las mismas palabras con las que se dirigió a mis hermanos, a nuestros hermanos: no creo pueda hacerlo hermano y por ello, cuando vea a Jesús Eucaristía pídale poder ser testigo de lo que está celebrando.
«Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.»Es la invitación que nos hace el Resucitado, el que sí acompañó al Pueblo, el que sí cumplió lo que dijo, el que sí sabía el significado del amor y la misericordia, el que sí nos enseñó amarnos los unos a los otros como Él lo hizo. Y en este sentido es necesario recordar que quienes optamos por el sacerdocio hemos hecho y hacen un camino de fe, esperanza y caridad. Es un camino donde muchos niños, jóvenes y adultos dicen SI al Señor para seguirlo de manera incondicional y con amor total a Dios y por el pueblo. Es un camino que nos hace ver la grandeza de Dios y la pequeñez de quien lo sigue con la fe puesta en que «todo lo puedo en Cristo que me fortalece.» Es un camino, y soy testigo de ello, donde niños, jóvenes y adultos muestran signos claros de querer ser ministros de Jesucristo y no funcionarios de lo sagrado que pretenden engañar al pueblo sin compasión.
«Todo lo ha hecho bien…» esto dijeron de Cristo y debieran decirlo de quien lo sigue, debieran decirlo de usted, hermano sacerdote, de mí y de todos porque ir por el mundo y predicar el Evangelio es dar testimonio de lo que Dios hace con nosotros y no despreciar a los demás por «quedar bien con algunos» o creer que los demás son esclavos sin derecho a decir lo que puedan sentir.
María Santísima, nuestra madre del cielo y San José junto al niño Jesús, fueron emigrantes ¿lo recuerda hermano? Ellos fueron los que con su ejemplo enseñaron a Jesús a respetar, amar y tener misericordia del prójimo. Fueron los que enseñaron a Jesús los buenos modales, la educación y los valores con los que, como quien tiene autoridad, fue capaz de decir las cosas tal cual son, ayudando al prójimo siendo compasivo y misericordioso y sobre todo, respetuoso y fraterno.
Hoy, en medio de esta situación que nos involucra a todo el mundo, estamos llamados a dar esperanza y ánimo a quienes están sufriendo y viven en la tristeza y la impotencia. Como discípulos del resucitado,fieles a la misión que tenemos y con palabras de San Pablo «no soy yo es Cristo quien vive en mi», vivamos cada día el amor, la misericordia y la docilidad a Dios nuestro Padre quien a todos sus hijos -sin excepción- les recibe con los brazos abiertos. Así sea.
José Lucio León Duque
Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal
Rector del Seminario Dicoesano «Santo Tomás de Aquino»