San Justino nació alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Samaria (ciudad que en su tiempo se llamaba Naplus). Hijo de padres paganos insistieron en dar una educación óptima para confrontar el mundo, de allí que su aprendizaje se concentró en filosofía, literatura e historia, además de los parámetros de la religión tradicional.
Su avidez se percibió desde joven con la búsqueda incansable por obtener el significado de la vida la cual canalizó a través de las escuelas de Alejandría y Éfeso.
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“En alguna oportunidad que Justino salió a caminar por la orilla del mar cerca a Éfeso, se topó con un anciano que le manifestó su creencia. Este encuentro sería definitivo para marcar el futuro de este joven filósofo. El anciano, durante el paseo que mantuvo con Justino, le habló de la existencia de otra manera de pensar y vivir. Algo que se combinó muy bien con la impresión que le habían dejado los primeros mártires del cristianismo, al no abandonar su fe bajo los tormentos y torturas a los que eran expuestos”.
El santo reconoció en Jesús el cumplimiento de todas sus promesas al pueblo judío y fue tanto el fervor generado que su pensamiento se avocó a respetar, venerar y amar a todos aquellos que siguieron a Jesús, descubriendo así que su palabra era única y verdadera tomándola como una filosofía de vida dispuesta para encontrar el significado que tanto buscó.
«Me enamoré de los profetas y de estos hombres que habían amado a Cristo; reflexioné sobre todas sus palabras y descubrí que sólo esta filosofía era verdadera y provechosa». Cuando este hombre fue arrestado por su fe en Roma, el prefecto le pidió que renunciara a su fe haciendo un sacrificio a los dioses. El arrestado respondió: «Nadie que tenga razón se convierte de la creencia verdadera a la falsa».
Oración
Dios nuestro,
que enseñaste a san Justino
a descubrir en la locura de la cruz
la incomparable sabiduría de Jesucristo,
concédenos, por la intercesión de éste mártir,
la gracia de alejar los errores que nos cercan
y de mantenernos siempre firmes en la fe.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Carlos A. Ramírez B.