En la vasta historia de la Iglesia Católica en Venezuela, pocas figuras han dejado una huella tan profunda como la del Obispo Mario Moronta, quien al ser llamado al orden episcopal eligió como lema: “servidor y testigo”.
El lema de Mons. Moronta no es solo el relleno de la cinta de su heráldica, sino que en verdad lo hizo vida, lo encarnó, lo identifica; fue a lo largo de 25 años como Padre y Pastor del Táchira un auténtico servidor incondicional de su pueblo y testigo del Resucitado. Desde su ordenación como sacerdote, en 1975, hasta su nombramiento como obispo de la Diócesis de San Cristóbal, en 1999, Moronta ha sido un pilar de esperanza, ha sido una voz clara y elocuente que anuncia con valentía y fidelidad la Palabra de Dios, incluso fue voz de los que no tienen voz. Ha sido un defensor de los derechos humanos, un líder espiritual comprometido con el bienestar de su comunidad.
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Su vida, su ministerio y la rica herencia de su magisterio marca un claro horizonte de verdad y eternidad. Cual peregrino, llegó a mediados de junio de 1999 por los páramos de la Grita, consagrando su episcopado al Cristo del Rostro Sereno y horas posteriores lo encomendó a la maternal protección de la Virgen de la Consolación, a quien con amor filial suele mencionar como “María del Táchira” y/o “La flor más bella de los Andes Venezolanos”.
Su deseo inicial, expresado en su primera homilía como V Obispo de San Cristóbal, de hacerse tachirense con los tachirenses lo hizo realidad. Las aldeas, las comunidades, los barrios, los pueblos, las ciudades, las parroquias y capillas, las escuelas y liceos, todos recuerdan con cariño y alegría las intensas visitas pastorales.
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Es posible decir que no hay rincón del Táchira que Mario Moronta no haya conocido. Las preocupaciones y desvelos, los discursos y acciones de este buen Obispo dejan en evidencia su amor por el Táchira. Hay dos expresiones de la homilía de la Eucaristía de acción de gracias por episcopado en el Táchira, el pasado 30 de noviembre, que, recordar emocionan: “amo al Táchira, soy gocho como ustedes”, “he dejado en mi testamento, que cuando sea llamado a la eternidad, mi cuerpo repose en la Catedral de San Cristóbal, a los pies del Cristo del Limoncito”.
Los laicos, el presbiterio y el seminario, son tesoros de su corazón. En este sentido es oportuno señalar que, en la gran cantidad de sus obras escritas, pues se destacó siempre por su buena pluma, muchas dedica a estas tres realidades: laicos, presbiterio y seminario, destacando: su más reciente obra publicada “El Hombre Nuevo”, manual de teología del laicado; “El Sacerdocio de la Nueva Alianza”, manual de teología del sacerdocio; y “A imagen de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote”, proyecto educativo del seminario.
La historia del Táchira escribe con letras de oro sobre el mármol el nombre de Mario del Valle Moronta Rodríguez, servidor y testigo. Él, a imagen de Cristo pasó, en medio de nosotros, haciendo el bien. Su vida nos inspira aquello que él mismo suele repetir: “animo y para adelante en el nombre del Señor”. Dios le pague, monseñor.
Carlos Peña Seminarista