Jesús es presentado al Señor en el Templo por José y María. Esta es una práctica normal para quien tiene conocimiento de la Ley de Moisés: presentar el hijo a Dios que significa reconocerlo y recibirlo como un don y no como una posesión. En el caso de Jesús la situación es única pues ese niño es el hijo de Dios y es Dios. María y José presentaron, podemos decir, Dios a Dios; es la presentación del don de Dios junto a Dios, la luz que ilumina la vida de todos. Es por ello que no debemos separar el don de quien lo dona, olvidando lo uno de lo otro, pues este momento evidencia la presencia de la luz de Dios en toda nuestra vida.
SIMEON LO ABRAZA Y BENDICE A DIOS.
La imagen de un anciano que sostiene en sus brazos a un recién nacido es muy llamativa pues no es solo una cercanía física, sino una cercanía interior porque Simeón acoge al hijo de Dios en su propia vida y como dice el Evangelio: “bendice a Dios”. Y lo hace porque su corazón vive de la presencia de Dios, no ha tenido temor de exponer lo más profundo de si y ahora vive en la comunión del amor, del gozo y del don.,
La espera de Simeón no ha sido en vano: su mismo nombre significa Dios ha escuchado. Simeón ha escuchado la voz de Dios, la buscó, la deseó, la invocó y ahora tiene en sus brazos, en esa cercanía física y espiritual, al centro de su corazón el Verbo de Dios, quien lo escucha y a todos nos salva.
A la Virgen María le dice: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.» Cayendo se levanta, se nace de nuevo, se experimenta el amor de Dios que nos hace resurgir de lo que hace caer; Simeón prepara a María con un mensaje directo y profundo: es un mensaje que contiene caídas, resurrección y un arma: la espada.
Habla de la resurrección, de vida, esa vida que él abraza y que por instantes no suelta sino que aprieta hacia sí. Simeón habla del dolor, del consuelo, del dolor del Hijo y de la Madre, del dolor de cualquier persona que cree en el amor porque es no es un sufrir gratis ni un dolor sin sentido, esa espada genera vida, porque lleva a quien encuentra a Dios a un nuevo nacimiento.
La conclusión de esta página del Evangelio nos deja una gran tarea: Dios permanece con nosotros, nos escucha, permite establecer una relación con Él donde la ternura y el amor se refleja en ese abrazo del anciano al recién nacido, ya que hoy día se necesitan más Simeones y menos Herodes, de estos últimos estamos cansados. Necesitamos quien nos guie en el camino, y nos lleve a la meta: los brazos de Dios así como Él lo estuvo en los brazos de Simeón.
La actualidad se convierte en ese escenario pertinente para ello y hoy, en la Presentación del Señor, se nos invita junto a la luz que encenderemos, a mantener viva la llama del amor de Dios, de su escucha, de la presencia de aquel que nos regala su ternura y sobre todo, del acompañamiento a aquellos que forman parte de nuestro entorno: los pobres y excluidos, los que están carentes del amor familiar, de los que sienten desesperanza, de quienes están absorbidos de esta crisis moral, social, religiosa y cultural que envuelve y pareciera no tener salida, de quienes buscan insistentemente a Dios y a quienes podemos ayudarles a guiar con nuestro testimonio. ¡Ánimo, que tenemos camino por recorrer!
MARÍA SANTÍSIMA NOS ACOMPAÑA SIEMPRE
Ella nos invita siempre a hacer lo que Jesús nos dice e indica. Seamos verdaderos discípulos y misioneros, verdaderos cristianos que, como hijos de María, estamos llamados a ser testigos de la luz que Dios nos regala. Así sea.
#YoTengoUnAmigoSacerdote
José Lucio León Duque
Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal