Mons. Mario Moronta
Quizás en otros sitios del mundo, el ser una Iglesia en Frontera no tuviera la importancia que sí posee nuestra Diócesis. No ella sola sino todas las Diócesis que tienen esta experiencia: Hacemos frontera con Colombia: Maracaibo, Machiques, San Cristóbal, Guasdualito, San Fernando de Apure, Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho (y sus correspondientes de Colombia: Ríohacha, Valledupar, El Tibú, Cúcuta, Nueva Pamplona, Arauca, Puerto Carreño, Puerto Inírida). Hacen frontera con Brasil: Vicariatos Apostólicos de Puerto Ayacucho y Caroní; del lado brasileño, principalmente Boavista.
Para todos nosotros, la frontera no es una divisoria o el conjunto de algunas alcabalas y puestos de control. La gente percibe la frontera como una cultura de integración que facilita muchos aspectos de la vida cotidiana: el intercambio cultural, comercial y económico. Muchos, de lado y lado, tienen vínculos familiares. Esto permite entender por qué la Iglesia en estos territorios no tiene dificultad de actuar en comunión, colaboración y en beneficio del pueblo.
Existen realizaciones concretas, que nos han permitido atender en caridad a muchos hermanos necesitados (gran parte de ellos migrantes que pasan por nuestros caminos en búsqueda de un mejor tenor de vida). Hay un excelente relacionamiento entre los Obispos de Colombia y de Venezuela, con acciones concretas, comunicación permanente y realizaciones de solidaridad. En los últimos tiempos, hemos podido intercambiar ideas, ilusiones y proyectos entre los Obispos de las dos conferencias episcopales, Colombia y Venezuela. Esto incluso nos ha llevado a compartir momentos especiales en las asambleas episcopales propias. Durante el mes de noviembre del año 2022, representantes de los episcopados de Colombia y Venezuela viajamos a Necoclí, Diócesis de Apartadó (Antioquia-Colombia) para visitar y tomar contacto con migrantes que, desde allí se dirigían al “Tapón del Darién” en Panamá, para luego proseguir hacia el Norte.
Nos conmovió mucho el testimonio de quienes trabajan en ese lugar y su dedicación “samaritana” a los migrantes. Allí vimos migrantes de Venezuela, ciertamente, pero también de Ecuador, Haití, y de otros países. Nos llamó la atención la cantidad de africanos y asiáticos; entre ellos, iraníes, afganos y africanos que cruzan el atlántico vía Brasil para irse por ese camino hacia el Norte. Uno de los afganos nos indicó que estaban muy agradecidos a la Iglesia, pues los acogía sin discriminación y sin condiciones, siendo ellos musulmanes.
Al destacar esta situación concreta, me atrevo a señalarle que el ser Iglesia en Frontera, en nuestra experiencia no es otra cosa sino el testimonio viviente de una Iglesia, “Madre de todos y sin Fronteras”, como lo ha enseñado el Papa Francisco. A la vez, testimonio real de la Iglesia pobre para los pobres y cercana que quiere caminar junto con su gente. Bendecimos a Dios por esta hermosa experiencia de comunión de las Iglesias de nuestros dos países.
Migrantes
Como bien se sabe, nuestro país está sufriendo una dura experiencia de migración de gran parte de sus ciudadanos. No hay familia venezolana donde no haya alguien fuera del país. El fenómeno de la migración reviste unas características especiales que quisiera destacar:
a) Se ha ido haciendo por oleadas: Una primera, motivada por problemas de orden político y económico fue la de muchos profesionales y personas de clase media. Se llegó a hablar, inclusive, de “fuga de cerebros”. Esto hizo que muchos campos de trabajo necesarios para el desarrollo del país se quedaran sin personal cualificado. Una segunda oleada está compuesta por conciudadanos que pudieron optar a una doble nacionalidad por tener vínculos familiares con bisabuelos, abuelos y padres (y también cónyuges) de Colombia y países europeos (en especial España, Italia y Portugal). La tercera oleada comenzó a darse, sobre todo a partir de la muerte del presidente Chávez: gente joven, esposos (algunos con sus hijos) que salían a buscar trabajo en países hermanos, a fin de poder conseguir algunos recursos y enviar remesas a sus familiares en Venezuela. La cuarta oleada está compuesta de manera especial por familias, por jóvenes y adolescentes, personas adultas más bien de escasos recursos y de extrema pobreza: su interés es la sobrevivencia. Hay testimonios terribles que muestran cómo prefieren “huir” del país a ver si buscan algo más digno y algo de comer con seguridad. Los cálculos conservadores mencionan entre todos cerca de siete millones de venezolanos que han migrado. Muchos de ellos, sobre todo de las últimas oleadas ven a Los Estados Unidos de América como la meta y el sueño para lograr mejor tenor de vida.
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b) Formas de migración: Los que más recursos disponen, sobre todo si van a Europa, suelen hacerlo por vía aérea y saliendo por los principales aeropuertos del país, o vía Bogotá (Colombia). La inmensa mayoría lo hacen por vía terrestre, buscando pasar por los puestos fronterizos con Colombia y Brasil (muchas veces, eludiendo los controles oficiales). Los más pobres, se reúnen en grupos y caminan las carreteras de Venezuela hacia Colombia y Brasil: son recorridos que duran semanas, con todos los peligros que ello supone; muchas veces, son detenidos por las autoridades militares y policiales de Venezuela, quienes les extorsionan. Su meta es llegar a Brasil y Colombia y desde allí seguir a otros sitios de ambos países o a otras naciones (en especial Chile, Perú, Ecuador y Argentina). En los últimos tiempos se ha dado otro fenómeno, pues existen “corporaciones” que ofrecen llevar a los migrantes a los destinos que ellos quieren (sobre todo a USA, vía Centro América) y que están dirigidas por los así denominados “coyotes”: ellos cobran altas sumas de dinero y les ofrecen hacerlos llegar a sus destinos. Muchas veces los roban y los estafan, quedando la gente a la deriva y sin protección. En esta situación nos conseguimos con algunas variables:
Los que pagan más cantidad de dinero, suelen hacerlos llegar a la frontera con USA vía aérea.
Los que pagan menos cantidad de dinero y los llevan hasta el “Tapón de Darién”. Muchos suelen ser abandonados o esclavizados por grupos irregulares. Ellos deben atravesar caminando desde el Darién en Panamá, hasta México.
Hay una nueva modalidad, también pagada: grupos de personas que son llevados a la Isla de San Andrés (destino turístico de Colombia) y desde allí, en barcazas o lanchas sin seguridad, son enviados a las costas de Nicaragua para seguir caminando hacia México. Lamentablemente ha habido naufragios que ha costado la vida a no pocos hermanos (no sólo de Venezuela sino de otros países).
c) Riesgos, peligros y situaciones que deben enfrentar los migrantes:
La Indefensión: los migrantes, como bien lo ha señalado Usted, lamentablemente son considerados como personas e, incluso, material de descarte. Para ellos no hay protección, derechos ni consideraciones de respeto.
Se da el fenómeno de niños y adolescentes que caminan solos: generalmente son enviados adelante por sus padres para llevar dinero o los documentos y así no se los quitan las autoridades o grupos de personas inescrupulosas. Pero están sometidos a la indefensión y pueden ser objetivo de quienes se dedican a la trata de personas.
Hemos podido comprobar la existencia de mafias que se dedican a trata de personas, tráfico de personas… En general, buscan personas más vulnerables para inducirlos a la prostitución, a trabajos esclavizantes (hay todo un mercado de nuevos esclavos en algunas regiones del Continente). Por vía marítima, son captados para ser llevados a los mal denominados “paraísos sexuales” en algunas islas del Caribe y hasta la misma Europa. Poco se hace al respecto. No faltan grupos mafiosos que buscan secuestrar niños también para quitarles los órganos y venderlos al mejor postor. Estas “mafias” mencionadas están compuestas por gente inescrupulosa, de todos los niveles sociales y económicos. No faltan los grupos irregulares y los carteles del narcotráfico.
La indiferencia de muchos en la sociedad es alarmante. Cuando se habla de este tema, o se observan reacciones de falta de interés, o de reclamos de personas que le echan la culpa a los migrantes de su situación. No hay estructuras en los estados que garanticen una adecuada atención de los migrantes. Esto acrecienta el dolor de los migrantes y dificulta la tarea de quienes en diversos niveles de la sociedad (incluyendo la Iglesia) muestran una dedicación a los migrantes. Dentro de la misma Iglesia no falta quienes no presten atención a esta dura realidad. Asimismo, diera la impresión de que para los migrantes no existen derechos humanos.
d) La acción de la Iglesia: Con sencillez hemos de reconocer que la Iglesia, tanto en Venezuela, como en Brasil y Colombia (y en otros sitios también se ha preocupado por los migrantes). Ya lo indiqué: la cooperación fraterna entre las Iglesias hermanas de Colombia y Venezuela ha permitido una dedicada atención en solidaridad, respeto y caridad a tantas personas que lo han requerido y que viven la dura experiencia de la migración.