Con su gran mochila verde, sus zapatos gastados, su velo en la cabeza y sus profundos ojos azules, la hermana Geneviève Jeanningros había hecho cola esta mañana temprano en Via della Conciliazione, en medio de ciento veintiocho mil fieles y peregrinos que se dirigían a la Basílica Vaticana para presentar sus respetos al Papa. A su lado estaba la exuberante y simpática Laura Esquibel, de Paraguay:
“Fui la primera transexual en darle la mano al Papa Francisco. Lo vi siete veces, comimos juntos”
De hecho, el Papa de vez en cuando se acordaba de ella y elogiaba sus empanadas: «Ah sí, claro, yo las cocinaba de vez en cuando y se las mandaba. Lo quería mucho».
Las llamadas, la ayuda, y los chistes
Sor Geneviève, la pequeña hermana de Jesús, ángel de los feriantes y gitanos, pobres y transexuales de Ostia, escucha, asiente y sonríe. Ella, la «niña buena», la «enfant terrible» de casi 82 años, era una persona muy querida por Francisco, que la llamaba por teléfono, la ayudaba y a veces incluso le hacía chistes burlándose cariñosamente de ella.
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Como aquella vez, durante la visita del 31 de julio al Luna Park de Ostia, donde la hermana transcurrió años y años de trabajo pastoral. Cuando el Pontífice preguntó a los asistentes del circo: «Pero explíquenme una cosa: ¿qué hace aquí sor Geneviève? ¿Doma a los leones?».
O también cuando – durante una de las muchas audiencias generales en las que la monja estaba en primera fila llevando al Papa grupos de esa humanidad que sufre y a la que ella cuida – Francisco, al verla con una faja en el brazo, le preguntó: «¿Qué hiciste?». «Santo Padre, me he caído». «¿Y te duele el suelo?». Una broma en referencia al espíritu curtido de esta mujer, de poco más de metro y medio de estatura, de trato amable y corazón sencillo.
Llorando junto al féretro
La imagen que se ha hecho viral de ella, sin embargo, es la del miércoles, día del traslado del cuerpo del Pontífice a la Basílica, cuando, rompiendo todo protocolo, se separó de la cola y se quedó llorando en un rincón. Brazos cruzados, pañuelo sobre los ojos, su mirada dirigida al Papa «amigo y hermano».
Sor Geneviève no quiere comentar ese momento: «No puedo hacerlo», dijo fuera de San Pedro, con los ojos todavía brillantes. Es la cuarta vez que va a ver al Papa, pero siempre tiene la misma reacción. Todo el mundo la ha buscado estos días para una entrevista o un recuerdo: «No, no puedo hacerlo. No quiero hablar con nadie, les pido disculpas», repite con su marcado acento francés. Las hermanas difunden un testimonio en vídeo de un minuto para páginas web, radio y televisión.
Vía Vatican News