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Un Itinerario para la Pastoral Urbana: 4° Discernir a un Dios con rostro urbano

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Desde una mirada de fe se contempla al Dios de Jesucristo que vino a encarnarse y habitar en la ciudad. Aparecida nos ofrece esta afirmación “Dios vive en la ciudad”, esto se convierte en un presupuesto para toda pastoral urbana. El proyecto de Dios según el Apocalipsis se realizará en la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén. La Iglesia está al servicio de la realización de esta Ciudad Santa, transformando en Cristo, fermento de la ciudad actual. 

Hablar de la presencia de Dios no se limita a un espacio determinado, ni a una imagen simbólica en un lugar con una respetada devoción religiosa por los pueblos. Ciertamente no podemos negar estos signos trascendentes en la vida del creyente. Pero el encuentro con Cristo nos relata aparecida en sus nn. 246-257 son variadas, se realizan por la acción invisible del Espíritu Santo percibida por la fe recibida, creída y vivida en la Iglesia.

¿Cómo se hace presente el Señor?

Jesús se hace presente en la Sagrada Escritura leída y reflexionada en la Iglesia a través de la animación bíblica de una pastoral adecuada que permita una lectura orante con la lectio divina, en la sagrada liturgia donde está de modo admirable con su gracia a través de los sacramentos y sacramentales, en la adoración de su presencia en la Eucaristía y su misericordia en la confesión, en el diálogo de amor de la oración personal y comunitaria, en la vida de comunidad que hace procesos y camino para crecer desde la fe y el amor fraterno, en los Pastores que representan al Buen Pastor, en todos los agentes que buscan vivir y transmitir la fe, en los pobres y afligidos que experimentan los límites de su humanidad y buscan fraternidad. Todos estos modos son una forma de encuentro personal con el Señor.

¿Existen otros modos en que habita en la ciudad?

Jesús se encuentra en cualquier realidad humana cuyos límites duelen y agobian. Dios habita identificándose con los hombres en sus experiencias más contradictorias como las experiencias del amor y la muerte, la alegría y el dolor, la unión y la exclusión. En las sombras propias de la ciudad: la pobreza, el individualismo, la violencia y la exclusión, allí encontramos a Dios que nos viene a buscar, un Dios con rostro humano y urbano, que con Jesús ha puesto su carpa entre nosotros, viviendo en nuestros corazones y ciudades.

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Dios ama la ciudad porque es la casa del hombre y la comunidad social y por ese amor ha enviado a su Hijo Jesucristo para salvarlo. Este amor se hace presente en situaciones dramáticas donde el hombre queda atrapado, llegando al límite del abandono, así como Jesús la vivió al borde de su muerte, al sentirse abandonado. Es la confianza en el Padre la que traspasa el límite de la separación y condujo a Jesús a confiar y abandonarse en su Padre.

Es necesario ver al Cristo paciente en los hermanos que sufren en su cuerpo en la ciudad. Pero también en la cultura citadina, es necesario ver al Cristo médico que ama, cuida y cura al hombre herido y caído. En cada hospital se contempla a este Cristo enfermo crucificado y el amor samaritano del personal de salud. Jesús se hace presente de forma misteriosa y solidaria en quienes se identifican y ayudan al pobre.

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Asimismo, desde la convivencia, fraternidad y solidaridad en ambientes de residencia y trabajo, se debe salir al encuentro del otro, conociendo al desconocido, conviviendo con el diferente, aceptándolos. Por tanto, la fe en el Dios encarnado, crucificado y resucitado fundamenta esta mirada contemplativa de Dios que habita en la ciudad.

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