Durante veintitrés años Wilfredo Antonio Araque Bello ha estado entregado al arte de la restauración, desde su centro de mando en la población de Borotá, parroquia Constitución del municipio Lobatera del estado Táchira, ha creado, reconstruido y transformado material de desperdicio, ya sea metales, plástico o madera para expresar su arte en obras que asegura le dan sosiego y un reencuentro con su ser interno.
Araque ostenta 65 años de edad, es receloso para comentar sobre su vida, pero someramente, en medio de un discurso con modulaciones provenientes de la capital del país, arguye que desde los 42 años se instauró en el estado, huyendo del bullicio caraqueño envuelto en disparos, agresiones y un trajinar exasperante.
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A esa edad conoció a sus padres, quienes residían en Borotá y al cotejar las ventajas del clima, la buena atención de sus vecinos y un ambiente de campo inigualable se quedó para disfrutar de la apacible población que con los brazos abiertos lo ha mantenido unido a esta tierra que ve y siente como suya.
La afición por la artesanía y la creación de obras al igual que una fe consolidada entregada a Dios nació en el año 1972, cuando Araque con tan solo 14 años conoció y fue estudiante en la escuela pre vocacional artesanal Niño Jesús en Caracas, donde no solo aprendió artesanías, sino que sumó en su haber conocimientos de corte, costura y trabajos con madera y metales.
Con la mayoría de edad y dispuesto a continuar siendo un hombre de bien, prestó servicio militar, el cual, continuó posteriormente para consolidar su carrera castrense y ser jubilado de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, luego con la mayor tranquilidad que lo caracteriza llegó a Borotá y desde entonces ayuda en trabajos a estudiantes, crea formas decorativas para bodas, repara todo tipo de electrodoméstico y es un constructor incansable con material reciclable que vecinos le entregan para que las moldeé de acuerdo a sus imaginación: La basura de uno es el tesoro de otro.
“Cuando llegué a esta tierra comencé a ver, a indagar lo que los demás hacían y me dije yo también lo puedo hacer (…) y comencé a realizar mis obras y sobre todo apoyar a los jóvenes estudiantes a quienes ayudo con sus trabajos”.
Hábito
Para Araque no existe una obra que haya realizado que le guste más que otra, asegura que todas son sus preferidas y todas son parte de lo que ahora plasma como un placer que no ha cesado a sus 65 años de edad.
Con una viudez que ya pasa de una década y con sus hijas fuera del país concibe su taller como un centro de trabajo apacible destinado a sacar todo el ingenio que pueda generar su cerebro.
En el emprendimiento le ha pasado de todo, sin embargo, todo lo encara con una sonrisa y con la fe puesta en Dios como único capaz de ayudarlo a sobrellevar lo bueno y lo malo.
“La primera obra que me mandaron hacer aquí en Táchira, fue para una muchacha que estaba cumpliendo quince años (…) recuerdo que me dijo señor yo quiero que me haga unos adornos bien bonitos para centro de mesa (…) yo se los hice, pero cometí el error de no pedirle el 50 por ciento de adelanto y después que hice las 35 piezas el negocio no se dio y me quedé con todos esos adornos”.
Fue tiempo después cuando una pareja se acercó a su taller y exhaustos de tanto caminar y observando la variedad de creaciones que se mostraban en el taller, les llamó la atención los 35 adornos que colgaban de las paredes y sin ningún aspaviento decidieron llevárselas todos suvenires creado del ingenio andino.
Trabajo
Araque tiene un modelo de trabajo que se basa en la planificación de cada obra, primero, escucha la idea, segundo, la plasma en bocetos y tercero, comienza a hacer las mejoras necesarias para emprender su arte. Todo este plan además de generar organización es parte de su modus vivendi pues la intención a través de una pasión convertida en emprendimiento es servir al prójimo.
Las demás destrezas como la reparación de todo tipo de electrodomésticos además de la creación a partir de elementos disímiles de cafeteras, cocinas y otros elementos nacieron a partir de un curso en el Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista, Inces.
“Yo aprendí a reparar electrodomésticos cuando hice un curso en el Inces en el año 1975, de mecánicas y máquinas de coser (…) realmente yo fui a hacer el de máquinas de escribir que me llamaba más la atención, pero un profesor me dijo vente conmigo que eso de arreglar máquinas de escribir después lo aprendes (…) nunca aprendí nada de máquinas de escribir, me quedó la inquietud, pero me gradué en la primera promoción de Venezuela de técnicos de máquinas de coser”.
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El servicio que presta el emprendimiento, con un nombre sobrio, Restauraciones Araque, aporta además de las distintas reparaciones y la creación de obras, un espacio de encuentro, un espacio de sosiego, un espacio para permanecer rodeado de inventos, de juguetes, de máquinas, todo lo que pueda arreglarse está presente en un taller de ensueño donde los sueños de niño fueron cristalizándose para convertirse en una realidad de adulto, pero no un adulto lleno de contradicciones, sino uno entregado a cumplir cualquier pensamiento por más utópico que parezca.
En el taller de Restauraciones Araque existen aviones de guerra, robots en todas sus presentaciones, bolígrafos, lentes portavasos, águilas levantando el vuelo sobre los materiales inertes que se convertirán en elementos útiles, cocinas hechas de planchas, chapas, casas para aves, trofeos reformados con nuevos mensajes, nuevos logros, televisores inertes que ahora llevan consignas de amor y religiosidad, soldados de cartón, de plástico, de latas, frascos sujetos a paredes con un sinfín de tornillos, clavos, arandelas y todo artilugio necesario para crear, crear a partir del ingenio de un hombre que siguiendo sus instintos emprende bajo la niebla y el frío de un pueblo que día a día se reinventa en la Venezuela donde todo es posible.
Carlos A. Ramírez B.
