Al retornar al tiempo ordinario del calendario litúrgico luego de la Pascua y de las solemnidades que recuerdan el misterio del amor de Dios, es propicia la reflexión sobre la cercanía de Jesús con su Iglesia.
El presbítero Pedro Fortul, Vicerrector del Curso Propedéutico del Seminario Santo Tomás de Aquino, explica que Jesús subió al cielo y está a la derecha del Padre, más, ciertamente no está lejos de su Iglesia, pues como bien narran las escrituras, Él prometió “yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. Por lo tanto, “Jesús permanece en la Iglesia a través de la mediación, y así lo creemos, a través de la sacramentalidad”.
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El padre Fortoul expone que la primera gran mediación sacramental es la eucaristía “el Señor está con su Iglesia en la Eucaristía celebrada y en la adoración al Santísimo Sacramento, por eso celebramos Corpus Christi, para recordar que aunque el Señor se fue al cielo y envió al Espíritu Santo, está en su Iglesia. Esta es la más importante, es la presencia real.
Luego, hay otras formas de la presencia del Señor, en la Iglesia: el Cirio Pascual, que es consagrado en la vigilia de la resurrección, brilla como la luz que ha vencido las tinieblas del pecado y de la muerte. El cirio está marcado por una cruz y unas llagas, las llagas representan las heridas de Cristo muerto y resucitado.
Otro signo de la presencia de Dios es la Palabra. La Iglesia cree firmemente, y así está en el Catecismo, que en el momento que se realiza la liturgia, es Dios quien habla a su pueblo verdaderamente.
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“Otra forma de la presencia de Dios en medio de nosotros es el sacerdote, que como el Buen Pastor acompaña, cuida, defiende y alimenta al rebaño”, comenta el Padre Fortuol, quien añade que Jesús también está presente con el Pueblo de Dios, los fieles “donde dos o más estén reunidos en mi nombre ahí estoy yo”. En la Iglesia congregada para celebrar los misterios de la fe y hacer la caridad, allí está presente verdaderamente Cristo Resucitado.
Otras realidades nos recuerdan a Jesús. En templo, el altar es Cristo, por ello, los altares cuando han sido consagrados en las parroquias tienen en la parte superior cinco cruces, como referencia a las cinco llagas de Cristo. Igualmente el templo, en medio de la comunidad, en las parroquias, en las aldeas, es forma de la presencia de Cristo, por eso los templos son consagrados.
Estas formas de la presencia del Señor se veneran con el incienso, por eso se inciensa el Santísimo Sacramento, el altar, el pueblo de Dios, porque la Iglesia reconoce en ellos la presencia y la cercanía de Cristo resucitado, a la espera de la manifestación gloriosa de su segunda venida, tal como lo anuncia el evangelio “Este Cristo volverá como lo han visto subir”.