Uno puede ser un artesano de lo sagrado o amigo de Dios, la clave está en cómo se vive la oración, el único «ejercicio» que lleva a la criatura a la intimidad con el Creador. El Padre Pietro Bovati, teólogo de la Pontificia Comisión Bíblica y durante una semana predicador en el retiro cuaresmal de la Curia Romana en Ariccia, inaugura el domingo por la tarde el ciclo de meditaciones que traza el camino espiritual que seguirá hasta el viernes 6 de marzo. «Ruta» que el Papa sigue desde la Casa de Santa Marta, como sucedió para los compromisos de los últimos días. Ayer, en la apertura de los Ejercicios, el Padre Bovati leyó las líneas de un breve mensaje en el que Francisco, luchando con un resfriado, escribe: «Los acompaño desde aquí. Haré los Ejercicios en mi habitación, siguiendo las predicaciones del Padre Bovati, a quien agradezco mucho. Rezo por ustedes: por favor, háganlo por mí».
El movimiento del silencio
La oración, dice y reitera el padre Bovati, es un «camino», que sigue «huellas divinas», y el emblema de este dinamismo es Moisés. Cuando el Patriarca, como relata el libro del Éxodo, va a la tienda del congreso, situada fuera del campamento, ese, subraya el predicador, «es el trayecto del deseo», de dejarlo todo para ir al encuentro de Dios, y la nube que desciende sobre la tienda cuando Moisés se acerca es el signo del Altísimo que «va a su encuentro». Esto, observa el Padre Bovati, «invierte una idea bastante extendida que identifica la oración con una palabra que el hombre dirige al Señor», casi una «forma de recitación», mientras que «la auténtica oración es, en cambio, fundamentalmente una experiencia profética, aquella por la que la criatura humana puede escuchar en silencio la voz del Señor». Es un «cara a cara» en el que, según la Biblia, Dios le habla a Moisés «como a un amigo».
Una cuestión de alma
He aquí un primer valor de la oración, que gana lo que el teólogo jesuita define «familiaridad prodigiosa».
La familiaridad con Dios no tiene nada que ver con la experiencia en los asuntos religiosos, ni siquiera con una buena cultura teológica o bíblica. Por el contrario, es el fruto exclusivo de la auténtica oración, en la que el hombre ve y gusta el plan amoroso de Dios, su voluntad benéfica para ser llevada a cabo de manera concreta, pronta y generosa. Sin esta experiencia de familiaridad no hay vida auténticamente religiosa sino sólo – en el mejor de los casos – el arte de las cosas sagradas.
La necesidad de la zarza
Obviamente esta confianza no es improvisada, «es el punto final de un proceso». Es en cierto modo una transfiguración similar a la que vivió Moisés a través de la experiencia de la zarza. Para alcanzar esta intimidad con Dios, sostiene el padre Bovati, «es necesario tener una experiencia repetida del fuego» y en esto la zarza puede «representar -afirma- a la persona humana en su fragilidad, debilidad y miseria como la de una zarza, que es investida de un poder perenne de vida: el fuego».
No se trata simplemente de refrescar un poco el fervor de nuestra alma a través de algún ejercicio apropiado de devoción, sino más bien de asumir con renovado compromiso de verdad, con una sincera apertura de corazón, el don que Jesús vino a traer al mundo. Cuando exclamó: «He venido a echar fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera encendido!
«Subir al piso superior»
Es el fuego que el mundo de hoy necesita constantemente, en el que, para el predicador, hay «condiciones de necesidades espirituales urgentes e incluso dramáticas, que requieren fuerzas espirituales de curación que sólo Dios puede dispensar».
La Iglesia está siempre deseosa de renovarse espiritualmente, está llamada a un proceso de reforma que ciertamente no puede limitarse a medidas disciplinarias y administrativas, porque el Espíritu solicita impulsos y martirios que sólo los santos pueden asumir. Lo que podemos hacer ahora, conscientes de nuestra responsabilidad como creyentes, es «subir a la habitación del piso superior», como se narra en los Hechos de los Apóstoles, y en secreto, perseverando y acordando en la oración, esperar humildemente el poder del Espíritu Santo que descenderá, según la promesa, sobre todos los que oren.
Tierra sagrada
En un viaje meditativo que entrelazará el Libro del Éxodo con el Evangelio de Mateo, así como la lectura de los Salmos, el último «icono» que el Padre Bovati indica es el de Moisés quitándose las sandalias al acercarse a la zarza ardiente. La parada ante lo divino es la invitación «a hacer una pausa, no para distraer el corazón de otros pensamientos» sino a concentrar en el encuentro con Dios «todas las energías del corazón».