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Discurso del presidente de la Academia de Historia del Táchira: sesión solemne del 14 de abril de 2021

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Palabras del Pbro. Dr. Carlos Javier García Mora, el 14 de abril de 2021, en el templo parroquial La Transfiguración del Señor de San Cristóbal en la sesión solemne con motivo de la juramentación como Presidente de la Academia de Historia del Estado Táchira para el periodo 2021 – 2023.

Quiero iniciar mis palabras agradeciendo a los honorables Individuos de Número por la designación como Presidente para el periodo 2021-2023. Todos sabemos que esta posición tiene mucho que ver con la coordinación, con el colegio que es la corporación. La Academia; tiene que ver también con la representación institucional, y nada que ver con la autoridad o mandato. Los académicos eligen estatutariamente uno del grupo para funciones muy precisas y tal será la responsabilidad que deseo ejercer los dos próximos años.

Agradezco a Dios por el regalo de la vida, y por regalarme tantas experiencias maravillosas que me permiten conocer y amar más, esta noble tierra tachirense.

Agradezco la presencia de personas e instituciones que han tenido a bien acompañarnos, ese gesto amistoso y gregario es importante para la Academia. En la toma de juramento escucharon ustedes los objetivos de la corporación: la conservación de la memoria histórica, la preservación de su legado cultural y la promoción de la actividad creadora y de investigación. En su presencia, representación eximia de nuestra colectividad, realizamos nuestra Sesión Solemne Aniversario (que debió ser el 23 de mayo de 2020 y por razones de pandemia del Covid 19 hemos trasladado para el día de hoy), que debe ser también renovación de nuestros votos, de nuestro compromiso.

Quiero, con la venia de todos, expresar mi agradecimiento al señor Obispo diocesano Mons. Mario de Valle Moronta por su presencia en este acto, a mis hermanos sacerdotes. De igual manera agradezco la presencia del Colegio de Médicos del Estado Táchira, de la Asociación de Cronistas del Táchira y Miembros Cronistas de la Academia, representados por la Profesora Gladys Lozada de Pérez, de la BATT representada por su director, el Dr. Ildefonso Méndez Salcedo, a mis familiares y amigos, y los queridos feligreses de la parroquia Transfiguración del Señor de Barrio Libertador y Pirineos I, donde realizo mi apostolado sacerdotal.

Saludo con afecto la incorporación de los dos nuevos Individuos de Número: Lic. Omar Adelis Contreras Molina y al Profesor y Abogado. Bernardo José Zinguer Delgado; a los tres nuevos Miembros Honorarios: Dr. Egberto Zambrano, Dr. Rolando Alberto Anselmi Ruiz, y a la Sra. Fabiola Moreno; de igual manera a los dos nuevos Miembros Cronistas: Sr. Francisco Abdón Ramírez y Sr. Gonzalo Fuentes La Cruz. Bienvenidos al seno de la Academia, desde ya los consideramos y los tratamos como hermanos nuestros en la historia.

Quisiera señalar en forma muy breve algunas líneas que debe considerar la Academia en este periodo y que están marcadas por el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación. La Academia de Historia del Táchira se abrió a este campo desde enero de 2006 cuando abre su blog en internet y que al momento supera las 36.300 visitas, más las 50.800 visitas del blog de Archivo de la Academia de Historia, labor que continua. Se han realizado importantes trabajos en la búsqueda de libros electrónicos antiguos, especialmente de Historia y Geografía de Venezuela gracias al trabajo acucioso del Lic. José Ernesto Becerra Golindano, se han digitalizado los boletines del antiguo Centro de Historia del Táchira cuya publicación se inició en 1950, trabajo realizado gracias al empeño y dedicación del Dr. Luis Hernández Contreras. Se inició también la digitalización de algunos Archivos Parroquiales, este proceso se adelantó como parte de las actividades de investigación de la maestría en Historia de la ULA Táchira e inspirado por el Proyecto de Archivo Digital del Táchira Mons. Carlos Sánchez Espejo, ambas iniciativas emprendidas por el Dr. José Pascual Mora García. Toda esta línea de trabajo de digitalización queremos continuarla.

Felicito al Presidente saliente, Dr. Luis Hernández Contreras y a toda la directiva que le acompañó por su trabajo constante e incansable, lo que esté en proceso anhelamos continuarlo con la misma pasión. Al mismo tiempo manifiesto mi confianza en la nueva directiva que acompañada por todos los miembros de la institución como ha sido tradición, cosechará, con la ayuda de Dios, nuevos éxitos institucionales.

Durante este último año hemos vivido momentos difíciles debido a la pandemia del Covid 19. Todo esto sumado a la aguda situación de crisis moral, política y económica que vive el país nos ha llevado a experiencias muy dolorosas de aislamiento y de angustia ante esta hora dolorosa y traumática de la patria.  Como creyentes, estamos llamados a ser personas de esperanza, capaces de trascender y de ver con mirada de fe, esta situación que con la ayuda de Dios vamos a superar.

En estos últimos meses nos ha llenado de alegría la noticia sobre el gran avance del proceso de Beatificación del Dr. José Gregorio Hernández. El 09 de enero de 2020 la comisión médica de la Congregación para la Causa de los Santos aprobó el milagro atribuido a su intercesión, y el 27 de abril de 2020 la comisión teológica de la Congregación para la Causa de los Santos aprobó por unanimidad el milagro atribuido a su intercesión. El día 30 de este mes de abril, celebraremos como pueblo creyente con alegría la Beatificación de este hombre humilde de nuestra patria. Permítanme ofrecer algunas sencillas pinceladas de la vida de este extraordinario venezolano.

            El Doctor José Gregorio Hernández es, sin duda, el divo número uno entre los venezolanos, del brazo de Bolívar. Y lo interesante en este caso es que el afecto que el pueblo le profesa no ha sido cultivado en las aulas o en libros de lectura obligatoria. Su persona se ha hecho querer, no por la propaganda o la influencia de los amigos, sino por lo que fue en sí, por su bondad.

            En momentos de duda o desánimo uno se consuela pensando que siempre quedan personas sinceras en el mundo. José Gregorio era una de ellas. Uno de esos casos raros de testimonio sin vuelta de hoja, que arrastra incluso a quien jamás ha regustado el sabor de la fe o el consuelo de la doctrina cristiana.

            Nuestro tiempo tiene necesidad de modelos, nuestros jóvenes y las nuevas generaciones necesitan modelos para la fragua. Siempre lo hemos visto como un hombre justo, de él no se nos ha dicho nada excepcional, sino la verdad cruda de un hombre que supo enfrentar la vida con honradez y fidelidad a unos principios.

La honda religiosidad popular que heredó de los suyos y en Los Andes, le señaló como meta un compromiso de servicio asiduo, inspirado en el Evangelio, incondicional y cercano. Y la ciencia, amasada desde la investigación y la experiencia le ayudó a conseguir alivio para el dolor, calidad de vida para los más postrados y progreso para su patria. José Gregorio debe ser paradigma para quienes como él han adoptado la ciencia y la tecnología como contribución a una mejor calidad de vida y justo uso de los recursos naturales. Bien entendidas, respetadas y aplicadas, no solo no se oponen a la fe, sino que la necesitan para esclarecer sin tapujos sus propósitos. Y fue y sigue siendo estímulo para casi todos sus conciudadanos que fácilmente han visto en sus convicciones y en sus tareas la más clara definición de buen cristiano y buen ciudadano.

En este preciso momento del país, en el que los que se proponen como líderes apenas pasan de la mediocridad y andan demasiado a diario enzarzados en negocios turbios y ambiciones desbordadas, José Gregorio luce como el venezolano cabal, justo, sensible al quebranto del otro y consciente del bien común.

El venerable Siervo de Dios, Dr. José Gregorio Hernández Cisneros, Médico de los pobres y cristiano ejemplar, nació en un hogar de raíces definitivamente bien afianzadas. Nació en el Municipio Isnotú, Distrito Betijoque, del Estado Trujillo el 26 de octubre de 1864. Fue bautizado en la Iglesia del Dulce Nombre de Jesús de Escuque, el día 3 de enero de 1865, siendo ministro el Pbro. Victoriano Briceño. El 6 de diciembre del mismo año fue confirmado por el Ilustrísimo Señor Juan Hilario Bosset, obispo de Mérida, siendo su padrino el sacerdote Francisco de Paula Moreno, representado por el también sacerdote Eliseo Portillo.

            Fueron sus padres Benigno Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla. Ésta murió con fama de verdadera santa en 1872, quedando huérfano José Gregorio a la edad de ocho años. Su padre casó en segundas nupcias con doña Hercilia Escalona y José Gregorio, al morir su hermana primogénita, quedó como el mayor de sus hermanos. A los del primer matrimonio se unieron los habidos con Hercilia: María Avelina del Carmen, Pedro Luis, José Benigno, Ángela, Hercilia y Cira María, que llegó a ser religiosa de clausura.

            José Gregorio es hijo de su época y supo apoyarse en la fe católica, en el conocimiento y las ideas de sus precursores, iluminándolas desde el Evangelio asumido sin dudas, con alegría y radicalidad.  El tercer milenio clama porque se considere la prioridad de la persona y su interrelación con la sociedad; la búsqueda de la verdad; la síntesis entre ciencia, cultura, fe y vida, y la propuesta eficaz de una visión del ser humano respecto al proyecto de Dios. La escuela y la universidad deben preguntarse acerca de cuáles son las orientaciones éticas fundamentales, los principios y los valores que caracterizan la experiencia cultural de una determinada sociedad.

            José Gregorio supo armonizar, para algunos inexplicablemente, su fe y su ciencia. Convencido de las certezas del Evangelio llegó a refrendarlas desde el laboratorio y, sobre todo, en su relación con los pacientes. Era humilde y esa saludable virtud le apartó de las prepotencias y vanidades de otros que, aun sabiéndose ignorantes en la mayoría de los asuntos, profesaban una adhesión ciega a los dictámenes de la razón y el experimento.

            No quería graduarse para amasar dinero y cobrar fama. A José Gregorio le mortificaba un pueblo sumido en la extrema pobreza y con la salud a la intemperie. Cuando José Gregorio entra en la Facultad la Universidad en general y muy especialmente la que podíamos llamar “escuela de medicina” sobrevivía a una crisis que las cuestionó sin compasión. Faltaban fondos y paz, su primer rector, el conocido sabio José María Vargas, no logró darles configuración a sus anhelos. El gobierno, entretenido en otras fuentes de tertulia e ingresos, de confabulaciones y apetencias desordenadas, orilló el principal y casi único cetro de estudios superiores.

            José Gregorio prometió a su padre ser un buen médico, lo que significaba para él conocer los secretos de esa ciencia y adornarlos con sus raíces humanas y de creyente. Su padre lo convenció de que en todo el contorno de Isnotú no había ni un solo médico. Y los médicos eran un poco los confidentes de los que más sufrían, los que, al poner en manos del paciente la pastilla o el menjurje, lograban refrescar su ánimo y elevar su espíritu. Estudia sus primeras letras en su pueblo natal y se traslada luego a Caracas para estudiar en el Colegio Villegas, graduándose de Bachiller en Filosofía en 1884.  El muchacho aceptó la proposición de su padre e Ingresó en la Universidad Central poco después de ser oficialmente Bachiller.

            Le tocó vivir a la sombra de un presidente vanidoso que insistía en convertir a la casi campesina Caracas en un Paris deslumbrante. Ordenó poblar todas las esquinas con su propia efigie y, considerándose un abanderado del librepensamiento, cerró seminarios, se enzarzó en una pelea innecesaria con los obispos y le arrebató a la Iglesia monumentos y edificios para atribuirse luego el mérito de convertirlos en centros de arte y jolgorio. Algo le paró los pies su sensata esposa Ana Teresa, pero aun así Guzmán Blanco quiso hacer de la Iglesia un feudo a su disposición y de la fe católica un baluarte personal desde el que dictar cátedra.

            José Gregorio acendró su fe en este contexto de liberalismos poco definidos y por eso mismo radicales. Sin negar la necesidad del progreso y la apertura a las nuevas, precisas y sensatas conquistas de la ciencia y la reflexión humana, ubicó la religión en su lugar y la exaltó como la mejor manera de moralizar sabiamente la sociedad y abrir al ser humano a experimentos que, lejos de perjudicarle, afianzarían su dignidad.

            El 26 de junio de 1888 José Gregorio, terminados con éxito sus estudios, insiste en dar cuenta de sus conocimientos ante un jurado riguroso que le permitiría obtener el título de doctor. El Rector no sólo convocó a los jóvenes que tenían la misma aspiración que José Gregorio, sino que señaló los temas que habían de discutir en público. Con notable desembarazo el joven Hernández Cisneros abordó cada uno de los temas respondiendo antes de que le fueran formuladas las preguntas. Su tesis versó sobre enfermedades bacterianas, campo en el cual centrará su profesión médica. Debe decirse y muy apropiadamente que sus mismos profesores se vieron forzados a preguntarle al alumno sobre determinadas proposiciones, de las que ellos apenas habían oído hablar y que José Gregorio y Dominici habían investigado, conducidos por libros que les llegaron de las mejores bibliotecas de Francia. Es considerado fundador de la Bacteriología en Venezuela.

            José Gregorio quiso ser médico, no sólo para seguir las indicaciones sensatas del padre, sino también para paliar los males endémicos de la ruralidad venezolana. Especialmente de aquella que conoció desde niño y en la que era testigo lacerado de tantas muertes tempranas y sin otra razón de ser que la miseria, la ausencia total de medicamentos y entendidos. Por ello se traslada a su tierra natal para hacer medicina rural.

            No solo el Dr. Dominici le ofreció ayuda para que abriese un consultorio en Caracas. Otros casi le rogaban que lo hiciese ante la carencia de profesionales afables y competentes. Pero al muchacho, con apenas veintitrés años, le sonaba a infidelidad y blasfemia dejar a los suyos plantados. Con los pocos enseres que le eran propios, entre los cuales había más libros y tubos de ensayo que ropa, programó el largo viaje al apartado y raquítico pueblo. A falta de carreteras y vehículos decidió aceptar un rodeo indescriptible.

            Al llegar al pueblo su padre y sus hermanos lo recibieron con gran alegría. Su padre le cedió el viejo caballo que había sido su compañero de batallas con el que pudo acceder a todos los caseríos de la comarca y al rancho más apartado. Y José Gregorio lamentó tener que iniciar la guerra contra la credulidad, la ignorancia y la engañifa. Sus paisanos veían espantos, males de ojo y agüeros detestables por todas partes, atribuyendo a estas supersticiones sus indigestiones, sus úlceras y hasta la tosferina.

            No le fue fácil en muchas ocasiones convencer a los viejos para que tomasen los remedios que les ofrecía. Y si lo hacían raramente, al terminar de engullirlos, cruzaban la calle para preguntarle al yerbatero si tenía algo para completar la dieta. De lo que realmente convenció a todos fue de su fe contagiosa, adulta y consecuente, y de su trato, más que familiar y campechano casi paternal, con sus pacientes.

            Pero la Provincia tocó la puerta de José Gregorio. Se sirvió de los que en buena hora querían salvar a Venezuela de la ignorancia y el conformismo. Las autoridades de un pueblo que comenzaba a tomar conciencia de su postración y de las oportunidades de salir de ella, habían contemplado una Venezuela depauperada y en algunos renglones, como el de la salud y la educación, en pañales. Por ello, decidieron enviar a los mejores profesionales de la medicina, invertir en los cerebros más destacados, para que debidamente instruidos y adiestrados en las mejores universidades francesas, regresasen al país a renovarlo todo. Estaban seguros de que la inversión daría frutos muy necesarios para todos.

            José Gregorio, pese estar en el monte, atendiendo campesinos y alejado de las influencias, fue propuesto por sus profesores y amigos como candidato esencial. El Dr. Rojas Paúl era un hombre formado, recio, consciente de las plagas que no le permitirían a Venezuela ponerse en las sendas del progreso y la verdadera libertad. Rompió con la fatuidad de muchos de sus antecesores y abrió el Hospital Vargas dotándolo de lo necesario para que en él se cocinasen las reformas precisas y más urgentes.

            El 31 de julio de 1889 se le comunica a Hernández la resolución que el Ministerio de Instrucción Pública adopto; se dispone enviar a un joven médico venezolano con el fin de que estudie determinadas especialidades científicas. El Presidente de la Republica con el voto del Consejo Federal, ha tenido a bien designar con tal objetivo al ciudadano Dr. José Gregorio Hernández, en quien ventajosamente concurren las favorables circunstancias personales a que se refiere la resolución susodicha. Hernández entendió que no se le perdonaría defraudar a un país que depositaba en él un proyecto largo tiempo acariciado, como era el de mejorar la atención médica y disponer de los aparatos que en el resto del mundo medianamente civilizado contribuían a hacerlo más fácil todo.

            Con la asignación que el Estado puso en sus manos y algunas prebendas que los amigos unieron para respaldarlo emprende de inmediato el viaje a Europa. Inscrito en la universidad de París une el aprendizaje teórico a la visita a los hospitales, consultorios y bibliotecas. Se mostró graciosamente avaro a la hora de aquilatar conceptos y convertirlos en útiles.

            No hubo biblioteca o laboratorio que no observase para ver qué novedades le ofrecían. Y cualquier foro, charla o tertulia que rondase sus intereses profesionales contaban con su presencia. Pero la iglesia del Sagrado Corazón era su eremitorio y el pase para sentirse miembro de esa comunidad de hermanos que Jesús había edificado sobre Pedro. El mismo Razetti asegura que “no faltó ni un domingo a misa. Muy a menudo acudía también los días ordinarios, con su misal en la mano, a fin de entender mejor el endiablado latín de los curas franceses”.

            Antes de regresar a Venezuela aprovecho algunas escapadas a países cercanos a Francia para comprobar las novedades que la ciencia aplicaba a la medicina. Pudo conversar con personalidades expertas y abanderadas. Retornó a Venezuela en 1891 y el seis de noviembre del mismo año fundó en la Universidad las Cátedras de Histología Normal, Patología, Bacteriología, y Fisiología Experimental, así como el laboratorio necesario para implementar con provecho esta última.

            Conjugó la docencia con la atención a los pacientes en su consultorio, que era más abundante que estable. Con la anuencia y la colaboración del nuevo Presidente de la República, Raimundo Andueza Palacios, trae a Venezuela un verdadero laboratorio de fisiología experimental que, meses después, le serviría al mismo Hernández para dar comienzo al Instituto de Medicina Experimental en Caracas.

            Todavía en París, y echando mano de los ahorros que le había permitido la sobriedad que fue siempre connatural en él, viajó a Berlín a observar de cerca los estudios de Histología y Patología, para entonces los más avanzados en Europa. Partiendo de ellos convencería a la Universidad de la urgencia de abrir una cátedra sobre el tema.

            El afán de Hernández por saber más y de ese modo beneficiar a sus pacientes y al ejercicio médico, iba a la par con su escrupulosa ansia de perfección cristiana. Viaja a Washington para recoger todo lo que habría de decirse y demostrarse en el Primer Congreso Médico Panamericano. Ofrece a los delegados un sustancioso estudio sobre los glóbulos rojos. Y se tuvo que reconocer que la cátedra de Bacteriología instalada en la Universidad de Caracas por Hernández era, en realidad, la primera de América. Impulsando la renovación y el progreso de la ciencia venezolana. Perfecciona el uso del microscopio.

            Nadie sabe cómo pudo llegar con puntualidad espartana a sus obligaciones como profesor, atendiendo con paciencia de monje a sus discípulos, incluso a los más torpes e inoportunos. No dejaba esperando a nadie en su consultorio, el más concurrido desde sus inicios. Y aun así era médico de cabecera de la mitad de los habitantes de la capital.

            En 1904 se creó la Academia Nacional de Medicina.  Evidentemente, José Gregorio pasó a ocupar uno de sus sillones, como uno de sus miembros fundadores. Desde entonces colaboró habitualmente en el Boletín de Hospitales, y exaltó las páginas de la Gaceta Médica con sus aportaciones. Ya en 1896 dio a conocer su primer libro Elementos de Bacteriología. No llegó a ver impreso en vida su obra titulada Elementos de Embriología, de la cual se sirvieron algunos de sus herederos y admiradores.

            Fue fundador de la Comisión de Higiene Pública del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Hay quien ha llegado a decir que se le quiso invitar a formar parte del Gabinete, y él rehusó abiertamente a tal proposición.

            El Dr. Ambrosio Perea, fervoroso cristiano y ratón minucioso de archivos y bibliotecas, no tuvo reparo alguno en afirmar que Hernández llevó a cabo “la más grande revolución científica y médica en nuestra patria, después de aquella que lograron imponer con la pluma y el fusil los creadores de la nacionalidad… y José Gregorio lo impregno todo de ese sabor y discreto encanto que da la fe cristiana a quienes tratan de imitar a Cristo en los quehaceres de cada día”.

            En 1909 renuncia a sus labores en Venezuela y se traslada a Italia para ingresar al monasterio de la Cartuja, como Fray Marcelo. Su condición física lo hace regresar a sus actividades profesionales, docentes y académicas en Venezuela. En 1914 vuelve a Roma, ingresa al Seminario, pero nuevamente debe regresar, por síntomas de tuberculosis. Continua sus labores académicas y docentes hasta 1919, cuando fallece en accidente de tránsito. Durante los 23 años en que ejerció efectivamente la docencia universitaria, el Dr. Hernández dictó un total de 32 cursos, en asignaturas de su competencia, con asistencia de 694 estudiantes. Hermosa síntesis analítica de una personalidad de excepción, concebida y expresada dentro de la más compleja simplicidad.

            Muerto en olor de santidad el 29 de junio de 1919 en la ciudad de Caracas. Su fama de santidad ha ido creciendo con el paso de los años. El proceso ha seguido el siguiente itinerario:

En 1949 Su Excelencia Mons. Lucas Guillermo Castillo, Arzobispo de Caracas dio inicio al proceso de beatificación y canonización.

En 1972 la Santa Sede reconoce sus virtudes heroicas y lo declara “Siervo de Dios”.

En 1975 sus restos son exhumados del Cementerio del Sur y son trasladados a la Iglesia de La Candelaria en Caracas.

En 1986, el 16 de enero es declarado “Venerable” por San Juan Pablo II.

En 2020, el 09 de enero la comisión médica de la Congregación para la Causa de los Santos aprueba el milagro atribuido a su intercesión.

El 27 de abril de 2020 la comisión teológica de la Congregación para la Causa de los Santos aprueba por unanimidad el milagro atribuido a su intercesión.

            Para culminar el proceso que conduce a su beatificación se realizó la reunión plenaria de cardenales y obispos, paso previo al decreto de aprobación del Papa Francisco. Para gloria de Dios, el “milagro” se convirtió en “decreto” que proclama para la Iglesia universal su santidad de vida.

            Los invito a que hagamos nuestra esta “plegaria”, que ciertamente brota desde lo más íntimo del corazón de cada venezolano en estos tiempos nuestros difíciles, en cierta forma duros como los que le correspondió vivir a nuestro amado santo.

            “José Gregorio, hombre con los pies arraigados en una tierra bendecida por el Creador, y tantas veces mancillada por la ambición de unos, la prepotencia de otros y la ignorancia de tantos, enséñanos la ciencia y la bendición del trabajo honesto, la convivencia civilizada y el agradable sabor del festín de los hermanos al sentarse a la misma mesa.

            José Gregorio, hombre de Dios, apegado a un evangelio sin caprichosas traducciones, y a una obsesiva preocupación por el bien de los otros, instrúyenos en esa sabiduría que no está en los libros, sino en el gesto de cada día, en el corazón que palpita ante la desgracia ajena y la alegría de los que nos rodean.

            José Gregorio, miembro consciente de una Iglesia que opta por los pobres, ayúdanos a abrirle cauces a una Iglesia donde todos se sientan acogidos, entendidos, sanados y protagonistas, desde la dedicación al bienestar del que está al lado y al que viene de lejos.

            Sabio y bueno José Gregorio, dinos cómo la técnica, el arte, el laboratorio, la probeta, las disquisiciones y hasta los entretenimientos de los hombres, son un mullido camino para descubrir al creador en todas las esquinas.

            Invita a los venezolanos a ser cuerdos y arriesgados, exigentes y tolerantes, ordenados y espontáneos, capaces de razonar su fe y de asumir el compromiso comunitario de trabajar, sin ambiciones personales y sin resentimientos, por una Venezuela que termine siendo el hogar apetecible y familiar para todos.

            Danos indicaciones para vivir con dignidad, luchar sin desmayo, amar sin condiciones, hacer el bien sin parafernalias, conjugando la sencillez con la finura, la cercanía con el respeto, la capacidad de dar y la humildad de pedir.

            Guíanos por el camino que siempre termina levantando el vuelto hacia nuestro origen y los brazos de quien nos espera con el mismo amor con que non envió”.  Amén.

Pbro. Dr. Carlos Javier García Mora.

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