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El cristiano no festeja Hallowen

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Al final del mes de octubre, como sucede desde hace muchos años, también en nuestro país y continente se vive una serie de manifestaciones unidas a la fiesta del llamado Hallowen, momento conocido por muchos, por otros no y que no pocos viven y practican en medio de la ignorancia que ella comporta. Se introduce esta fiesta debido a la cantidad de información que se da a través de la historia, noticias, eventos, fiestas, falsas costumbres sin tener en cuenta lo que realmente encierra dichos eventos.

 En torno a la noche del 31 de octubre y el 1 de noviembre no pocos celebran está mal llamada fiesta. Su origen se remonta a la cultura celta, 300 años antes de Cristo, teniendo estos dos días como el último del año y el primero del nuevo. Esta noche era considerada un momento de paso entre dos años, en el cual el mundo de los vivos se tocaba con la noche del paso de la estación calurosa y luminosa a aquella fría y tenebrosa.

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 Cuando los romanos entraron en contacto con la cultura celta, se sintieron atraídos por este modo particular de celebrar y aplacar a los muertos, ya que algunas festividades de ellos eran muy similares. Los celtas celebraban el 1 de noviembre al príncipe de la muerte, y para ello se realizaban sacrificios humanos y animales que se llevaban a cabo desde la noche del 31 de octubre, pasando por las casas, disfrazados de manera terrorífica y se presentaban recitando la frase; “¿ofrenda o maldición?”, frase que hoy día ha sido transformada en otra que se presenta como inocente e ingenua: “¿dulce o truco?”. Todo esto se convierte en muchos una práctica inocente, sin ningún peligro, olvidando que también estas prácticas tienen su razón de ser.

 El Papa Bonifacio IV en el año 609, instituyó la fiesta de Todos los Santos para celebrarse el 13 de mayo, teniendo en cuenta una táctica muy sabia: sustituir las fiestas paganas con fiestas consagradas al catolicismo, modo con el cual se difundió el Evangelio y se sigue extendiendo con decisión, convicción y fe. El Papa Gregorio IV en el año 840 pasó la fiesta de Todos los Santos del 13 de mayo al 1 de noviembre para que coincidiera con la fiesta pagana del señor de los muertos, con lo cual la fiesta celta queda sustituida con el recuerdo por nuestros difuntos el 2 de noviembre.

 El itinerario de la fe cristiana nos hace ver todo esto como un modo de ser testigos del Evangelio de la verdad. Sin ninguna razón verdadera, sino como una supuesta tradición, muchas casas, negocios, locales y eventos para las familias, realizan y viven esto en “honor” de una fiesta, muy lejana de la vida y muy distorsionada ante lo que realmente necesita el mundo hoy. “¿Dulce o truco?”, frase que se muestrea inocente junto a la desubicada iluminación de una calabaza haciendo referencia a las almas en pena, en fin, una serie de signos que no muestran el destello de la vida, la referencia al Dios del amor y de la ternura que nos lleva a agradecer por el don cotidiano de la existencia, y que oscurecen el deseo de muchos de seguir a Dios.

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 Los secuaces del maligno consideran esta fiesta como la más importante en la cual enfrían, alejan y oscurecen las alamas que siguen a Dios, siendo una fiesta pagana, impropiamente llamada cristiana por algunos e inocentes por otros. La noche del 31 de octubre es el final del mes del Rosario, es el inicio de la fiesta de los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos, no son días de lecturas de cartas, de sacrificios humanos o animales, de pactos con el demonio, de acercamientos evidentes a Satanás, padre de la mentira y del engaño, que trata de que los hombres celebran la muerte haciéndola parecer vida. La Muerte no es vida, pero la vida puede volverse muerte si se cree que no es una realidad que se debe afrontar, sino una experiencia de la cual se debe tomar como broma sin más.

 La sociedad necesita ser iluminada con la luz de los valores, las virtudes, aquello que ayude realmente a crecer y alimentar la vida de cada uno de los que transitamos por estas vías del mundo. Vemos un constante bombardeo, por llamarlo de algún modo, de ideas y de prácticas que, lejos de ser elementos que ayudan a crecer, alejan a la persona de lo que es la esencia de la vida.

 No se puede mirar estos días con velos piadosos de fiestas inocentes, debemos ser decididos y demostrar que no seremos nunca secuaces del mal sino adoradores de Dios en Espíritu y Verdad. No disfracemos a los niños, jóvenes y adultos con signos macabros de muerte, sino seamos testigos de la luz, dejando atrás el hombre viejo y cualquier práctica errónea y siendo testigos reales de la resurrección de Cristo. Decidimos no apoyar el Halloween, catequizar a todos sin excepción y seguir el camino del amor de Dios.

 Como discípulos de Cristo, estamos llamados constantemente a examinar lo que es agradable a los ojos de Dios, no como un mero cumplimiento, sino como lo que colma de gozo y esperanza el alma de quien sigue los caminos del Señor. Esto se vive con el testimonio de vida que es la razón de la acción evangelizadora de cada uno de nosotros, ¡No al Halloween!

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