Moisés Brantd
En esta época actual, colmada de afanes, cambiante, entretejida de incertidumbres y crisis, acercarse, tener absoluta devoción y sujeción a Jesucristo, es una respuesta de amor real y Eficaz, pero amerita de hombres y mujeres que se conviertan en hijos e hijas dignos de ser llamados “siervos de Dios”, en otras palabras, sujetos a su voluntad y siempre dispuestos para Él.
Ejemplo de ello, son: Mons. Tomás Sanmiguel, Amandita Ruiz, Don Lucio León, Medarda Piñero, Hna. María Israel Bogotá, Mons. Martín Martínez y Madre Lucía, tachirenses, hijos de esta tierra de gente buena, amable y cordial, con honda raigambre en su terruño natal y con un corazón tan grande como las montañas llenas de frescura, que conforman este suelo andino lleno de fe y de creencias.
Ante sus virtudes y su forma de vivirlas, cabe hacerse la siguiente interrogante: ¿Se puede ser santo en esta tierra tachirense?
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Los Siervos de Dios en el Táchira
“Amandita nació en el Hospital Central y vivió en La Bermeja. Don Lucio iba mucho a misa en la Iglesia Coromoto. Medarda servía a los pobres de Seboruco. La Madre Lucía oraba por todos nosotros desde los Monasterios de Rubio y San Cristóbal. La Hermana María recogía limosna para los ancianos por las calles de La Grita. A Monseñor Martínez le debemos más de una iglesia a las que vamos y una carretera por la que viajamos por el Táchira.
Cada acción es una enseñanza de que a quien implora un pan recibe no solo una alforja llena de granos, sino un corazón rebozado de Dios. Tachirenses por y para el pueblo de Dios, pues su legado es que se puede estar cerca de Dios y del hombre para ayudar a otros.
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Estas personas, que son un modelo a seguir, y con un olor a santidad. Dejan a la posteridad el llevar la lámpara del trabajo en la mano y la necesidad de estar cargados de virtudes y generosidad en el corazón. El servicio prestado al más desamparado y poder compartir sus vidas entre la caridad, el amor y la fe, los hace dignos de imitar por ser sembradores de valores, constructores y santificadores.