Mis queridos hermanos y hermanas de la Diócesis de San Cristóbal, reciban mi saludo y mi bendición como su pastor, un servidor de la vida. Al contemplar las enseñanzas que la Iglesia nos regala, especialmente en este tiempo, veo que el Señor nos llama a profundizar en tres aspectos fundamentales de nuestra fe y vida cristiana: la santa misa, nuestra participación activa en la liturgia y la humildad en la oración y en la vida.
La eucaristía es el corazón de nuestra fe. El documento Redemptionis Sacramentum nos recuerda con claridad la santidad y la reverencia que debemos tener ante este misterio.
Insiste en el pan ázimo de solo trigo y el vino natural del fruto de la vida. Esto no es un simple formalismo, sino el respeto a la tradición apostólica que garantiza la validez de este sacramento.
Lea también: Arquidiócesis de Mérida celebró reunión de la vicaría de pastoral
Igualmente, nos subraya que la plegaria eucarística es la cumbre de toda celebración. Es un diálogo con Dios, en el que el sacerdote, actuando in persona Christi, dirige la oración, y los fieles participamos activamente con el silencio, los cantos y las respuestas.
Es un llamado a evitar abusos, como que un ministro laico o un diácono la pronuncien, o que se omita la mención del Papa y del Obispo Diocesano. La comunión es un signo de la unidad eclesial que se manifiesta en la obediencia a la tradición. Cuidar la liturgia es cuidar la fe.
El evangelio de este domingo, la parábola del Fariseo y el Publicano, nos interpela directamente. Nos enseña que la actitud con que nos presentamos ante Dios y ante los demás es crucial.
El Fariseo se centraba en su propia justicia y en juzgar a otros, creyéndose superior. En cambio, el publicano, desde su profunda humildad y consciente de su necesidad de perdón, se abrió a la misericordia divina.
Hermanos, la justificación viene de reconocer nuestra fragilidad y de abandonarnos a la infinita compasión de Dios. No podemos venir a la eucaristía y luego ir por la vida señalando y criticando, sin antes mirarnos a nosotros mismos. La verdadera piedad nunca lleva al orgullo, sino a la caridad y a la humildad.
En la Diócesis de San Cristóbal, pueblo de fe y de profundas tradiciones, los animo a que la celebración de la eucaristía sea un momento de auténtico encuentro con el Señor, respetando con amor y fidelidad las normas litúrgicas, que nos vienen de la Sede Apostólica.
Y que esta fe nos lleve a ser un pueblo más humilde, más compasivo. Que, en nuestras familias, en el trabajo, y en la vida pública, no caigamos en la tentación del fariseo de creernos mejores. Seamos como el publicano: reconociendo nuestra necesidad de Dios, para que Él nos conceda la alegría de la justificación y la paz que sobrepasa toda inteligencia.
Que el Santo Cristo de La Grita y Nuestra Señora de la Consolación nos acompañen en este camino de fe, liturgia y humildad.
Mons. Lisandro Rivas
Obispo de la Diócesis de San Cristóbal



