También este miércoles el Papa Francisco presidió la audiencia general desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano. Con el relato de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos, dedicó su catequesis a ayudar a interpretar este tiempo particular de pandemia.
¿Dónde está Dios?
En estas semanas de aprensión a causa de la pandemia que está haciendo sufrir tanto al mundo, entre las muchas preguntas que nos hacemos, también puede haber preguntas sobre Dios: ¿qué está haciendo ante nuestro dolor? ¿Dónde está Él cuando todo sale mal? ¿Por qué no resuelve nuestros problemas rápidamente? Son preguntas que nos hacemos sobre Dios.
Francisco recordó la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, cuando el pueblo, que esperaba un Mesías poderoso y triunfador, se preguntaba si lo liberaría de sus enemigos. “En su lugar, llegó uno gentil y humilde de corazón, llamando a la conversión y a la misericordia”. Tal es así “que la multitud, que antes lo había alabado, la que grita: «¡Sea crucificado! (Mt 27:23)”. Mientras que “los que lo seguían, confundidos y asustados, lo abandonaron”.
Pensaban: si este es el destino de Jesús, el Mesías no es Él, porque Dios es fuerte, Dios es invencible.
La cruz es la cátedra de Dios
Más adelante en el relato, prosiguió el Papa, «el centurión romano», que “no era creyente, era un pagano”, pero que “había tocado con su propia mano” el amor sin medida de Cristo, dice lo contrario de los otros. Dice: “allí está Dios, que es Dios de verdad”.
Hoy podemos preguntarnos: ¿cuál es el verdadero rostro de Dios? Normalmente proyectamos en Él lo que somos, a la máxima potencia: nuestro éxito, nuestro sentido de la justicia, e incluso nuestra indignación. Pero el Evangelio nos dice que Dios no es así. Él es diferente y no podríamos conocerlo con nuestras fuerzas.
Miremos el crucifijo para ver a nuestro Señor
En la cruz, señala Francisco, «aprendemos los rasgos del rostro de Dios»: la cruz es la cátedra de Dios. Por eso en estos días “nos hará bien mirar al Crucifijo en silencio y ver quién es nuestro Señor”.
Es Aquel que no señala a nadie con el dedo, ni siquiera a aquellos que lo están crucificando, sino que abre los brazos a todos; el que no nos aplasta con su gloria, sino que se deja desnudar por nosotros; el que no nos ama con palabras, sino que nos da la vida en silencio; el que no nos obliga, sino que nos libera; el que no nos trata como a extraños, sino que toma sobre sí nuestro mal, toma sobre sí nuestros pecados.
Jesús no quiere ser malinterpretado
Por ese motivo el Pontífice invita a que en estos días miremos el crucifijo y abramos el Evangelio: “esto será para nosotros – digámoslo así – como una gran liturgia doméstica, porque no podemos ir a la iglesia en estos días. Crucifijo y Evangelio”.
En el Evangelio leemos que cuando la gente va a Jesús para hacerlo rey, por ejemplo después de la multiplicación de los panes, Él se va (cf. Jn 6:15). Y cuando los demonios quieren revelar su divina majestad, los silencia (cf. Mc 1, 24-25). ¿Por qué? Porque Jesús no quiere que se le malinterprete, no quiere que la gente confunda al verdadero Dios, que es el amor humilde, con un dios falso, un dios mundano que da espectáculo y se impone por la fuerza.
Jesús está hecho de Amor, Él es el Amor, afirma el Papa. Da testimonio de esto el centurión, cuando tan pronto como Cristo da su vida en la cruz dice: «Verdaderamente era el Hijo de Dios».
«No tengan miedo»
Y aunque se podría objetar, como la multitud que esperaba a Jesús triunfante y con la espada a la entrada de Jerusalén, «¿Qué hago con un Dios tan débil, que muere?”, el Papa subraya una vez más que “el poder de este mundo pasa, mientras que el amor permanece”.
Sólo el amor custodia la vida que tenemos, porque abraza nuestras debilidades y las transforma. Es el amor de Dios que en la Pascua sanó nuestro pecado con su perdón, que hizo de la muerte un pasaje de vida, que cambió nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza. La Pascua nos dice que Dios puede convertir todo en bien. Por eso en la mañana de Pascua se nos dice: «¡No tengas miedo!» (cf. Mt 28,5).
Podemos cambiar nuestra historia acercándonos a Dios
Si bien las angustiosas preguntas sobre el mal “no se desvanecen de repente”, encuentran en el Resucitado “la base sólida que nos permite no naufragar”:
Jesús cambió la historia al acercarse a nosotros y la convirtió, aunque todavía marcada por el mal, en una historia de salvación. Al ofrecer su vida en la Cruz, Jesús también conquistó la muerte. Desde el corazón abierto del Crucificado, el amor de Dios llega a cada uno de nosotros. Podemos cambiar nuestras historias acercándonos a Él, aceptando la salvación que nos ofrece.
En estos días santos, crucifijo y Evangelio
El Santo Padre concluyó la catequesis pidiendo aún que abramos nuestro corazón a Dios esta semana, con el Crucifijo y Evangelio.
Dejando que su mirada se ponga sobre nosotros, comprenderemos que no estamos solos, sino que somos amados, porque el Señor no nos abandona y jamás se olvida de nosotros.
Al saludar a los fieles de lengua española que siguieron la catequesis a través de los medios de comunicación social, los invitó a pedir con fe a Jesús que “convierta nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza y nos haga experimentar la cercanía de su amor infinito”.
Que el Crucificado nos conceda ser cada vez más hermanos y nos sostenga con su presencia.
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