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La crónica menor: ¿Quiénes somos los venezolanos?

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La pregunta que abre esta crónica no es banal. Ante la terrible crisis institucional que vive el país, dentro y fuera, se interrogan ante una realidad atípica, inédita, sin sentido, pero que se prolonga ya por dos décadas, sin que se vea claramente que exista una voluntad de superar este marasmo, tanto por parte del régimen como por los radicales opositores que tiran palo a todo mogote, sin sentido de la complejidad y de la necesidad de tener un norte claro, consensuado que ayude a la sufriente población a tener esperanzas.

Este turbio panorama es aprovechado para sembrar confusión y desánimo en parte de la población, sobre todo por el (ab)uso de las redes sociales en las que aparecen contradictorios mensajes dirigidos a crear mayor confusión en quienes se tragan todo lo que aparece en las redes. El desespero de la gente quiere respuesta ya y ahora que no llega porque falta decisión y no solo tener buenos deseos. Ante esta realidad cambiante y compleja, la toma de decisiones viene determinadas por sentimientos de incertidumbre, complejidad, arbitrariedad o casualidad. Este tiempo líquido se alimenta de la separación entre el poder y la política, la distancia entre la justicia y los derechos humanos, la renuncia al pensamiento ético y la ausencia de planificación en cualquier orden de la vida.

Se necesita un poco más de sensatez en quienes tienen la obligación de marcar un rumbo en el que se respete la vigencia de los derechos fundamentales. Una sociedad en la que la vida vale poco o nada porque existen otros intereses que juegan al disfrute del poder y de sus prebendas, es una sociedad sin norte, anárquica, dirigida por las apetencias particulares en las que no cuenta para nada la necesidad del otro. Los paladines de la corrupción y el derroche se quieren convertir ahora en los denunciantes que se rasgan las vestiduras señalando las lacras de los demás. ¿Con qué autoridad? Sencillamente con el caos en el que no figura para nada la equidad y el bien común. Mientras, la inmensa mayoría de la población sufre las consecuencias de una política errada que no asume su responsabilidad, y al parecer, tampoco le importa la suerte de quienes habitan esta tierra.

¿Quiénes somos? Es un compromiso consigo mismo y con el mundo. La búsqueda de sentido no es sólo una tarea personal, es también un compromiso comunitario, que se cocina a fuego lento. Nuestra historia nos pertenece, e incluye lo que nos dejaron los que nos precedieron. La búsqueda humana no es otra cosa que comprender, integrar y amar lo que somos y lo que hemos sido. No podemos dejar que se siga desgarrando a jirones lo que se amasó durante siglos y el vendaval de una revolución sin sentido pretende arrasar con lo poco que queda. Mientras, jugamos a la distracción. Llamar al diálogo o a la paz, sembrando el odio y promoviendo la violencia. Entre tanto, esperamos que otros nos otorguen la solución y nos den la respuesta que nosotros mismos no sabemos darnos.

La vida es una experiencia que merece la alegría de vivirla, y esa alegría dependerá del modo en cómo nos encarnamos en todo lo que hacemos, buscamos, pensamos y sentimos. No dejemos que la desesperanza dé paso a la resignación y al fracaso porque ello no lleva sino a dejar el espacio libre para que quienes desean esclavizarnos y someternos se apoderen de nuestra libertad y capacidad de reaccionar. Cada día que pasa arranca la vida de los más débiles. Dejemos de lado tanta apetencia personal y absurda para que sea el bien común, el bien de todos, el que mueva nuestra vida. Dios nos llama desde los más pequeños, desde los de abajo para construir el bien oculto que debe estar presente en todo lo verdaderamente humano.

 

Cardenal Baltazar Porras Cardozo

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