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La situación de frontera: Colombia y Venezuela

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1. Cuando se suele hablar de frontera, generalmente se hace referencia a una línea divisoria de carácter geopolítico. Es un acuerdo entre las naciones, con orígenes diversos. Sin embargo, en el caso de Colombia y Venezuela, hay una originalidad que debe ser tenida en cuenta. Es una larga frontera con más de 2.000 kmts. De extensión: desde el norte caribeño hasta el sur amazónico. Ciertamente que se pueden distinguir los hitos que la señalan. Pero en el fondo hay una situación muy peculiar a tener en consideración.

No es una mera línea. Es mucho más que eso: se trata de una cultura de integración que se experimenta en el estrecho relacionamiento entre los habitantes de la misma frontera. Si esto no se entiende, es imposible comprender la situación que se tiene en ellas.  Desde Castilletes y la Goajira, al norte hasta el sur amazónico, podemos encontrar una frontera con cinco expresiones culturales y humanas muy específicas:

a)      La norte, con la cultura Wayyo.

b)     La centro norte, con la cultura propia de la región del Catatumbo y presencia de varias etnias.

c)      La central occidental (oriental para Colombia), con un punto de referencia en Cúcuta y San Antonio (quizás la más conocida y activa)

d)     La de los llanos del Arauca

e)      La de los llanos y cuenca del Orinoco.

Cada una de estas zonas culturales, a la vez, tienen características propias. Por eso, al hablar de fronteras se puede hablar de “naciones” peculiares, con culturas particulares, historia común y respuestas propias a las exigencias del momento. Generalmente, la población colombo-venezolana en cada uno de esos sectores o “naciones” se integran por sus relaciones interfamiliares, por la historia, por la movilidad y por una cultura común. La frontera no la determina la línea, aun cuando haya los puestos fronterizos y los hitos correspondientes. En el caso de Cúcuta y San Antonio, no es el río ni los puestos, sino la vivencia de un encuentro que viene desde hace muchos siglos atrás.

Esto es lo que ha permitido que se pueda dar una atención solidaria y rápida a una inmensa mayoría de los migrantes y pasantes de la frontera. Tanto organismos civiles (públicos, privados e internacionales) como la Iglesia han podido atender a miles de personas que lo requieren: desde un plato de comida hasta una atención médica o de otro tipo. Desde el punto de vista de la Iglesia, la situación ha sido más llevadera, a pesar de las dificultades, por la participación de obispos, sacerdotes y laicos, por la organización de la pastoral social y de Cáritas, así como de otras instituciones.

Los problemas presentados se pueden situar en los puestos fronterizos con Ecuador y Perú (que no limitan con Venezuela) por no haber ese tipo de cultura. Llegan miles de la noche a la mañana y esto crea dificultades serias que sobrepasan las condiciones y capacidades de esos lugares fronterizos, con sus consecuencias.

Es necesario destacar que la movilidad de migrantes ha ido cambiando en los últimos meses: desde una migración hasta la “huida” de un régimen y de condiciones de vida inhumanas. Al principio, se notaba que quienes migraban iban ya con posibilidades de empleo y de residencia… hoy, muchos de los que pasan lo hacen por una necesidad extrema (sobre todo para buscar un mínimum de condiciones de vida: el poder conseguir una ayuda para comer y medio sostener a la familia. Pero comienza a crecer los problemas conexos: la prostitución de menores, el tráfico de personas, la delincuencia de Venezuela que va a otros países porque ya en el país no se consigue nada etc.

2. La Iglesia ha dado una respuesta rápida y paulatina a la vez. Se puede decir que “in crescendo” desde cuando se comenzó a crear el problema de la migración. En esto hay que reconocer los planes de contingencia de las diócesis de frontera y algunas del interior de Colombia (Bogotá-Cali-Bucaramanga-Santa Marta…). La Iglesia ha atendido a quienes lo requieren: sobre todo al dar atención alimentaria de emergencia a los migrantes y pasantes. Un buen ejemplo de ello es la Casa de la misericordia de Cúcuta, con sus más de 7.000 desayunos y almuerzos diarios; así como la atención de los menores a través de casas de atención. Muchas parroquias acogen y brindan ayuda a los migrantes.

Del lado venezolano, en las parroquias de la frontera se han organizado casas de atención, servicios de alimentación para quienes duermen en las calles y plazas públicas y servicios de baños (wash) para quienes lo requieran.

Se puede decir que se ha trabajado en comunión y en solidaridad. Cada Iglesia local con sus peculiaridades, pero también en comunión. Los Obispos hemos estado en sintonía y en contacto permanente. A esto se añade la presencia de obispos, sacerdotes y laicos en medio de los migrantes para atenderlos, defenderlos y sostenerlos en sus luchas.

La gente confía en la Iglesia más que en otras instituciones: en primer lugar porque no les piden una identificación para discriminar o para controlar; en segundo lugar porque no pone condiciones de ningún tipo (ni de credo ni de condición social, etc.). A esto se une la dimensión evangelizadora de caridad y de anuncio del evangelio de la misericordia. La gente se siente acogida.

Podemos sintetizar el trabajo de la Iglesia en la frontera con el lema de una de las recientes jornadas del migrante, propuesto por el Papa Francisco: UNA IGLESIA SIN FRONTERAS, MADRE DE TODOS.

3. Una interrogante que se nos ha hecho: ¿Bajo qué condiciones es posible la reconciliación entre víctimas y victimarios? Considero que se deben tener en cuenta los siguientes elementos:

a)      El reconocimiento por parte de los victimarios de que existe una acción propia de ellos que crea víctimas. Esto requiere una toma de conciencia del fracaso del modelo sociopolítico que se ha venido implementando en el país.

b)     El reconocimiento irrenunciable de la dignidad humana de las víctimas. No puede considerarse lo que está sucediendo como una anécdota de la historia. Reconocer, atender, reparar, asumir en justicia las responsabilidades.

c)      Convocar a todos a la participación en la reconstrucción integral del país: no es un asunto de las élites ni de los grandes países: si no se toma en cuenta el protagonismo y la participación de la gente, se tendrán una muy lenta recuperación… y todo quedará en “maquillaje” social.

d)     Que las naciones reconozcan lo que de verdad está sucediendo en el país. No es algo que puede pasar desapercibido. Esto requiere prescindir de los intereses en las inversiones que se puedan dar: todo debe apuntar al auténtico desarrollo de la nación.

e)      Dejar que los verdaderos actores del pueblo venezolano sea quienes asuman la reconstrucción y la reconciliación. Una cosa es acompañar solidariamente, con aportes serios… otra es el intervencionismo con intereses materialistas.

F) Que se termine de abrir la frontera para el libre tránsito de los ciudadanos.

 

   Mons. Mario Moronta

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