Si bien es cierto, la Madre María Félix, fundadora de la Compañía del Salvador y los colegios Mater Salvatoris, no desarrolló formalmente un sistema pedagógico concreto, dejó muchas pistas para la elaboración de uno que tuviera a Jesucristo como centro vital, dado que tuvo claro, casi desde la infancia, que nada es pobre si Cristo está presente. Por ello, y con una claridad que solo podía venir del cielo, se trazó el objetivo de poner a los jóvenes en contacto directo con Jesucristo, esto era la base de todo. En su caso, y como sabemos, su interés estuvo en crear colegios para niñas asociados a la Congregación Mariana, dado que, no solo es María Santísima el único camino hacia Jesucristo, sino porque, es precisamente en ella donde se conforma el deseo ardiente de glorificar a Dios siguiendo de cerca a Jesucristo.
La Madre María Félix fue un testigo activo de un tiempo complejo, cargado de espesas dificultades humanas, al que había que darle respuesta. Respuesta oportuna y pertinente que abrazara la verdad, precisamente porque el signo de estos tiempos marcaba una progresiva crisis de la verdad. Esto lo advirtió decididamente Benedicto XVI muchos años después al preguntar cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas de pensamiento. Todo ello revela que existe una crisis de la verdad.
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En medio de las tinieblas que oscurecen mente y corazón, la madre María Félix hizo muy suyo el mensaje evangélico según el cual Jesucristo venció como luz al mundo, para que todo el que crea en Él no quede en tinieblas (cfr. Jn 12, 46). La Madre, cuyo corazón estaba completamente perfumado con el Evangelio, comprendió claramente que quien camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz (cfr. Jn 11, 9 – 10) El hombre, sin la luz que es Jesucristo, pierde toda noción de la verdad y si para el hombre no existe una verdad, en el fondo, no puede ni siquiera distinguir entre el bien y el mal.
Cuando uno se sumerge en la vida de la madre Félix, entramos en contacto con un ser humano que aprendió que, en la intimidad con Jesús, era como se debían resolver las dificultades espirituales y materiales. Esto es algo que me ha llamado poderosamente la atención de su espiritualidad. Mujer que pisa la tierra, pero que no renuncia a mirar hacia el cielo, comprendió perfectamente la importancia que tenían tanto las realidades espirituales como las materiales. Su enamoramiento del Cristo Crucificado le permitió contemplar a Jesucristo como la viva esencia del amor y ese amor era el que ella quería mostrar a los estudiantes y, en líneas generales, a todos los que le rodeaban.
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La educación se prestaba como un camino maravilloso para ello. Una tarea que ella guardaba en su corazón con mucho celo, seriedad y afecto, ya que tenía muy clara la responsabilidad que implicaba, una responsabilidad que la increpaba profundamente: “a veces me asusta la enorme responsabilidad que tenemos delante de Dios y ante esta sociedad tan desquiciada en que nos toca movernos. Hemos de hacernos pedazos hasta lograr que todas estas niñas que el Señor nos confía sean auténticas hijas de la Iglesia”. ¿Cómo lograr esto? Pues de la única manera posible, solo a través del amor podemos mostrar a Cristo, solo a través del amor podemos fundamentar todo sacrificio, solo a través del amor podemos construir el sueño de la Iglesia: edificar, precisamente, una civilización del amor. Paz y bien.
Valmore Muñoz Arteaga