SABATINO DIOCESANO
La Iglesia, que sigue y vive las instrucciones que Cristo nos ha dejado en su Evangelio, hace cada día una opción preferencial por los pobres e indefensos, muestra de ello son las constantes acciones sociales. Nuestra Iglesia local de San Cristóbal desde Caritas Diocesana y Parroquial manifiesta esta opción preferencial. Pero además tiene muy presente, que defender a los que sufren el desprecio, que alzar la voz en nombre de aquellos que no son escuchados, también es un acto de caridad.
Esta última expresión cobra una imagen viva en la persona de Monseñor Moronta, quien el pasado 16 de julio publicó un artículo ante las declaraciones realizadas por el Padre Numa Molina S.J, quien el día 15 del mes corriente publicó el ofensivo comentario de que “un trochero infectado es un bioterrorista”, con referencia a los hermanos venezolanos que en este tiempo de pandemia, por motivos de pobreza y hambre, retornan a su patria.
A partir de la parábola del hijo pródigo quisiera desarrollar y reflexionar este valiente escrito de nuestro Padre y Pastor:
“El hijo menor partió a un país lejano” (Lc 15, 13).
Al igual que el hijo menor que nos narra esta parábola, pero por razones distintas, muchos hermanos nuestros, nacidos en este amado País, se han visto en la necesidad de partir a tierras lejanas, no llevan consigo una herencia sustentable como la del personaje de la parábola, sino unos bolsillos vacíos y quizás rotos, producto de las grandes necesidades y dificultades que atravesaron es esta patria herida, su patria. Van con la esperanza de surgir para dar una vida digna a su familia y con el anhelo de volver, aunque a muchos otra suerte les sorprende, por eso, quien se detenga solo a la crítica de estos hermanos nuestros, no solo tiene un corazón duro, sino también un corazón ciego. Coloco acá las palabras de mi Obispo, quien en su artículo expresó “¡Qué dolor! ¡Cómo se ve que nunca ha atendido las duras condiciones de todos ellos!”.
“Vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó a pasar necesidad” (Lc 15, 14).
Los que parten buscando un mejor horizonte no viven la misma realidad, unos corren con suerte y logran crecer, instalarse, pero hay otros, que no son pocos, que viven experiencias no muy favorables, muchos sufren el cruel desprecio, otros son víctimas de la delincuencia, o simplemente no encuentran un empleo y al igual que el hijo prodigo “empiezan a pasar necesidad”. Cuan duro les ha tocado vivir, en plazas, parques, aceras… con hambre. Y quien no, cuando le sobreviene un momento de dificultad, añora el calor de su familia, el cariño de su gente.
Nosotros somos su familia y su gente, ellos esperan nuestro aprecio, seamos hospitalarios, ciertamente que se cumplan todas las medidas de seguridad que esta emergencia sanitaria requiere, pero no caigamos en la crítica calumniosa; no hacemos juicio alguno del comentario de este hermano sacerdote, pero si queremos manifestar que nos duele, porque somos venezolanos. Hagamos eco de las palabras de Monseñor Moronta, y digamos junto con él, que: “No es momento para desgarrar nuestras vestiduras. Al contrario, lo es para compartir nuestro vestido, que significa toda la caridad que hemos de de tener, con esos y tantos hermanos que están sufriendo”.
“Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello lo cubrió de besos” (Lc 15, 20).
Aún cuando están lejos, sabemos de ellos, sabemos que pasan necesidad. Nuestra compañía en la oración les dará fortaleza, pero además, aún sabiendo que están lejos debemos esperarles siempre con los brazos abiertos, aún en la distancia debemos hacerles sentir que esta tierra es su casa. Y cuando llegue el feliz momento de verles nuevamente de retorno, tengamos la misma actitud del padre de la parábola, que se conmovió, y conmoverse significa emocionarse, manifestarles nuestro amor; no les discriminemos, no les reprochemos, ciertamente vienen de una experiencia, no muy buena, pero esas son las experiencias que hacen crecer al hombre.
Vivimos tiempos de pandemia, y esto trae consigo el denominado distanciamiento social, quizás los primeros días, los primeros meses de su retorno no sea posible dar el abrazo que aquel padre dio a su hijo en la parábola, pero que nuestra actitud, nuestras palabras, nuestro apoyo, sea ese cálido abrazo que necesitan quienes viven de vivir el frio cruel del hambre y de la desilusión. Es deber nuestro hacerles sentir en casa, recibirles con alegría y rechazar todo aquello y a todo aquel que pretenda atentar contra su dignidad.
Vengan con la certeza de que nosotros y que Venezuela, les espera y les recibe.
Sepan, queridos hermanos venezolanos que se encuentran lejos, que toda la Iglesia Local de San Cristóbal está con ustedes, y lo manifestamos uniéndonos a una sola voz con nuestro Obispo, quien con valentía exclamó el pasado jueves… “¡No! Ustedes no son “trocheros infectados bioterroristas”. Ustedes son hermanos que saben dónde si van a encontrar acogida: no en quienes detentan y se atornillan en su ansia de poder o de quienes son la “voz de su amo””
“Deberías alegrarte, éste es hermano tuyo” (Lc 15, 32)
La parábola del hijo pródigo concluye con esta frase que el padre dirige al hermano mayor, a quien no le era grato la presencia de su hermano menor, lo discriminó. Sería de poca educación concluir este artículo sin dirigirme al Padre Numa. Reverendo, con humildad y respeto le expreso, que, aunque quizás usted se ubique como el hermano mayor de la parábola, recuerde que esos hermanos que desean pasar para este lado de la frontera ¡Son sus hermanos! ¡Son hermanos nuestros! Oro por usted.
Este artículo surge de la invitación de Monseñor Moronta a no caer en el “silencio obsequioso” frente a las calumniosas calificaciones hechas a nuestros hermanos venezolanos.
La Diócesis de San Cristóbal, cuenta con la dicha de tener UN VALIENTE PASTOR, ciertamente, Servidor y Testigo.
Carlos Peña
@seminarista.carlos