En el contexto actual, “en el que cada aspecto de la vida cultura, etnia, intereses económicos, política, posición social parece ser fuente de división, nuestra unidad es el testimonio más grande y auténtico que los discípulos de Cristo pueden ofrecer al mundo”.
Así lo afirmó el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, al presidir ayer, 29 de junio, la misa concelebrada por los obispos de Japón en la catedral de Santa María de Osaka. El cardenal, que se encuentra en la ciudad japonesa desde el sábado 28 de junio, con motivo del Día de la Santa Sede en la Expo 2025, regresará al Vaticano mañana, 1 de julio.
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En la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, el cardenal comenzó su homilía refiriéndose a los dos patronos de Roma que, aunque “diferentes en su formación y temperamento personal”, supieron desarrollar “una nueva y profunda forma de ser hermanos, posible gracias a su identidad común en Cristo”. Ellos, con su predicación y su último testimonio de fe, «dieron vida a la Iglesia naciente en Roma, que hoy es la Iglesia madre de todas las comunidades católicas esparcidas por el mundo, guiándolas en la caridad y confirmándolas en la fe».
El primado petrino es servicio, nunca dominación
Centrándose en el pasaje del Evangelio de Mateo escuchado poco antes, el cardenal habló de la «nueva identidad» recibida de Cefas, «piedra» o «cimiento sobre el que se edifica la comunidad mesiánica de creyentes», aunque el constructor sea el propio Cristo. Una primacía, la petrina, que debe entenderse siempre «en términos de servicio, nunca de dominio».
San Pablo, una vida entregada a la evangelización
Volviendo a la segunda lectura del día, en la que San Pablo se describe a sí mismo como un atleta victorioso, un guerrero triunfante que regresa de la batalla, y como un sacrificio ofrecido voluntariamente a Dios, Parolin destacó cómo el apóstol de los gentiles no se jacta de sí mismo, sino que glorifica a Cristo que verdaderamente obra en él, a pesar de su fragilidad humana. Así es como también para San Pablo, su excepcional camino personal está plenamente al servicio del cuerpo de Cristo, la Iglesia, por cuya evangelización dedicó su vida.
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