Cada dos de diciembre, la Iglesia celebra a Santa Bibiana, virgen y mártir romana de tiempos del emperador romano Juliano II, el Apóstata (siglo IV). Santa Bibiana es patrona de epilépticos e intercesora frente al dolor físico, especialmente aquellos relacionados a la cabeza, y se le invoca cuando alguien sufre convulsiones.
Los cristianos trataban a Juliano de “apóstata” porque al ascender al poder rompió con el régimen establecido por su predecesor, Constantino, a través del Edicto de Milán, y por haber renegado públicamente del cristianismo, declarándose pagano.
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Por estas razones, el periodo de Juliano II significó un serio revés para el fortalecimiento de la joven Iglesia y su eventual expansión. El sucesor de Constantino intentó restablecer los antiguos cultos del imperio e inició una nueva persecución.
Se desconocen detalles sobre la vida de Santa Bibiana, pero su nombre está registrado en el “Liber Pontificalis” o “Libro de los Pontífices”, donde se precisa que el Papa San Simplicio (siglo V) mandó edificar en Roma una basílica dedicada a ella, en la que reposan sus reliquias hasta hoy.
Santa Bibiana nació alrededor del año 347 en el ambiente sereno de una familia cristiana. Sus padres fueron Flaviano, prefecto de Roma, y Dafrosa, una mujer perteneciente a la nobleza romana; Bibiana tuvo además una hermana llamada Demetria.
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Con la llegada al poder de Juliano II en el año 361, Flaviano, padre de Bibiana y ferviente cristiano, fue depuesto de su cargo y en su lugar fue nombrado Aproniano, un pagano muy cercano al nuevo emperador.
El prefecto, forzado a retirarse de la vida pública, se dedicó entonces al cuidado de los necesitados y perseguidos, así como a asegurar que los cristianos sacrificados en el martirio pudiesen tener siempre una sepultura decorosa, de acuerdo al mandato de la caridad cristiana.
Lamentablemente, en cuanto Aproniano se enteró de esta tarea asumida por su predecesor, lo mandó a asesinar.
Muerto Flaviano, Dafrosa y sus dos hijas se deshicieron de sus bienes y pasaron a vivir en la clandestinidad. Las tres se mantuvieron escondidas, dedicadas a la oración constante y viviendo con la mayor modestia. Sabían muy bien que los tiempos eran malos y debían estar preparadas para soportar lo que viniese.