Fue el 17 de febrero de 1.978 cuando el presbítero y director de Diario Católico en aquel entonces, Nelson Arellano fundó la casa abrigo Medarda Piñero, con el fin de albergar a aquellos adultos mayores que necesitaran atención especial.
Ubicado en la carrera nueve con calle 10 del centro de la ciudad de San Cristóbal, el lugar es actualmente dirigido por Sor Dolly Aristizábal, quien en compañía de varios colaboradores se ocupan de 26 personas, entre ellos 22 hombres y cuatro mujeres, con edades comprendidas entre 58 y 92 años, a quienes les ofrecen tres comidas diarias y de vez en cuando el conocido “puntal”.
Aristizábal llegó a este sitio hace más de tres años, no imaginando la gran tarea que iba tener como directora, ya que esta estructura no maneja recursos propios para poder hacer las compras de todo lo que se necesita que van desde alimentos, artículos de higiene personal y medicamentos, siendo estos últimos de vital importancia para la salud de los ancianos.
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“Llegué porque la hermana que estaba de directora falleció de COVID-19, y entonces fui designada para cumplir esta gran misión, que es un trabajo de hormiguita, ya que hay que estar pendientes de ellos, que se bañen, que coman, que estén aseados” expresó.
Con una gran sonrisa sostuvo que la misericordia de Dios se ha hecho presente allí, pues son las donaciones las que mantienen viva la casa abrigo, pues todos los días reciben víveres y proteína como carne o pollo para el almuerzo.
Se convirtió en una “mamá” para estos adultos mayores, de quienes está pendiente en cualquier momento del día para saber si están bien o no, pues siendo enfermera se ocupa que ninguno vaya a presentar algún quebranto.
“Yo me encargo de tomarles la tensión, medirle el azúcar con el glucómetro, estoy pendiente que se tomen las medicinas y que no falte nada” señaló.
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Cuando llegan las donaciones, el personal anota en un cuaderno quien las envió, y la fecha de las mismas, con el fin propósito de llevar un control sobre lo que ingresa a las instalaciones y saber con qué se cuenta a la hora de preparar los alimentos.
El sitio, cuenta con dos cuartos grandes, uno para los hombres y otro para las mujeres, duchas, baños, un área para la lavandería, la cocina, y una sala donde se encuentran varias mesas en las que comen los ancianos.
“Recordemos que el fin de esta casa era brindar ayuda a los mendigos, que tuvieran una sopita, una comida caliente y una cama donde poder dormir, de acuerdo a la idea del padre Nelson Arellano” dijo.
Según la monja, Arellano notaba que, al salir de las instalaciones del decano de la prensa tachirense, había un grupo de hombres en situación de calle en la plaza Juan Maldonado, quienes no tenían qué comer ni dónde descansar, por lo cual tuvo la idea de fundar la casa abrigo.
El nombre de Merdada Piñero surgió a raíz de la labor que la sierva de Dios ejecutó en el municipio de Seboruco, donde ofreció ayuda a los más necesitados.
“Ella salía ayudar y a pedir ayuda para aquellos abuelitos que no tenían nada” comentó.
Presencia de Dios
Para Aristizábal la presencia de Dios se siente en todo momento, pues a dichas personas no se les cobra dinero por permanecer en este lugar, y, además, el personal se abocado a ayudar a muchas familias que lo han necesitado.
El número de colaboradores se acerca a los 10, quienes se dividen por turnos para hacer todas las labores de limpieza, comida, entre otros.
“Ellos se dividen para lo que es el lavado de las ollas, la preparación de la comida, lavado de ropa, y la atención a los mendigos que se acercan a la hora del mediodía para buscar el almuerzo” apuntó.
La jornada diaria arranca a las seis de la mañana, cuando los colaboradores preparan el desayuno que se sirve a las siete, el almuerzo a las doce y media y la cena luego al culminar el santo rosario, que inicia a las cinco y media de la tarde.
“Es una experiencia muy bonita la vivida aquí, porque soy testigo que nunca falta nada, ya que la misericordia de Dios está presente” puntualizó.
Ayuda
Sor Dolly manifestó que actualmente la casa abrigo necesita de sillas plásticas, pues las que hay se encuentran deterioradas, y le preocupa que algún abuelo al sentarse pueda caerse y sufrir alguna lesión.
Reconoció la labor de la primera dama, Karem de Bernal, quien de forma continua ha brindado su colaboración con enseres o alimentos. También autorizó la presencia de funcionarios policiales para el resguardo del lugar a la hora de repartir la comida a las personas que no residen allí.
“Hemos tenido una ayuda gubernamental, pero la mayoría que llega es la del pueblo, que se acerca con un kilito de carne o pollito, unos chochecos, o cualquier otra verdura que sirve para la preparación del desayuno, almuerzo o cena” destacó.
Sin especialistas
Si bien muchas personas de buen corazón colaboran con la entrega de medicamentos y otros insumos, no cuentan con médicos que puedan atenderlos para conocer su estado de salud.
La crisis humanitaria compleja obligó a que muchos especialistas se fuera del país, y sean escasos los galenos, sin embargo, agradecería aquellos profesionales de la salud que puedan brindar una mano amiga a los abuelos.
“Antes venían muchos médicos, pero eso se fue acabando poco a poco” acotó.
Sostuvo que cuando fallecen algunos de los abuelos, una reconocida funeraria les presta la colaboración para la sepultura, cuyos cadáveres son trasladados hasta el cementerio municipal de San Cristóbal.
“Allí tenemos un terreno y los vamos sepultando, hemos tenido casos donde dos abuelos los hemos tenido que enterrar en un mismo cajón” agregó.
Sor Dolly Aristizábal añadió que de forma constante a través de los medios piden colaboraciones tanto para comida como para medicamentos, entre ellos, losartan, enalapril, vitaminas y otros.
“No quería ser una carga”
Ángel Quintero, quien tiene 67 años, y fue chofer del transporte extraurbano en la región, tomó la decisión de vivir en la casa abrigo, pues su familia se fue del país y no quería ser una carga para ellos.
Aprecia el trato que le han dado hasta ahora, sosteniendo que siente un calor de hogar y es bien atendido por parte de los colaboradores y la directora.
Esta misma opinión la tiene Milan Cesljarevic, oriundo de Austria, y quien llegó al estado Táchira siendo muy pequeño. Relató que no tuvo hijos, y durante toda su vida se dedicó a arreglar aparatos electrónicos.
Sufrió un ACV, y esto le impide poder caminar y hacer cosas por sus propios medios. Estando solo pues sus familiares fallecieron, llegó a este lugar hace 11 años, donde ha recibido cariño y atención por parte del personal.
Maryerlin Villanueva