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Nos conocimos en los ya no cercanos años de los 90. Él trabajaba en la Comisión para América Latina (CAL) y yo era obispo auxiliar de Caracas. Luego cultivamos una fraterna amistad que profundizamos en el tiempo. Luego del fallecimiento del Obispo de Cúcuta, Jaime Prieto, fue nombrado para sucederlo en la Diócesis hermana y fronteriza.

No pude asistir a su toma de posesión, pues, además, de una celebración importante en la Diócesis de San Cristóbal, inmediatamente en esos días se tomó la incomprensible decisión de cerrar las fronteras entre Colombia y Venezuela.

Ello no impidió tomar contacto a los pocos días. Sin valernos de las “trochas” y obtenidos los debidos permisos de parte de las autoridades de ambos países, pudimos encontrarnos en el Puente Internacional “Simón Bolívar” que une San Antonio del Táchira con Colombia.

El primer encuentro fue un abrazo entre una alambrada de púas, que fue reseñado por la prensa internacional. Abrazo que mostraba la amistad de años, pero se abría a la fraternidad que íbamos a servir en nuestro ministerio para cooperar con la unidad e integración de los dos pueblos.

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Sin romper ningún tipo de ordenamiento jurídico, cada uno desde sus sedes episcopales, comenzamos a brindar ayuda a los hermanos creyentes o no que requerían nuestra atención en cada uno de los sitios donde se encontraban en el eje fronterizo.

Quienes, por el cierre de la frontera se habían quedado de cada lado de la frontera y que buscaron siempre en la Iglesia la ayuda necesitada. Al poco tiempo, por las condiciones socio-políticas del país, a través de medios nada claros (“trochas”-“caminos verdes”) comenzó un flujo migratorio muy fuerte.

Eso llevó a tener planes de acción para atenderlos. A todos nos tomó por sorpresa. Sin embargo, Víctor Manuel, con sus cooperadores, comenzó una labor de atención a ellos. Fue cuando tuvo la idea de ir creando “casas de refugio” para brindarles a los migrantes acogida y digna atención.

De nuestro lado, a través de las parroquias y grupos de apostolado, buscamos cómo ofrecerles protección a dichos migrantes. Fue una tarea bonita pero llena de incomprensiones.

Luego, con los medios de que disponíamos, comenzamos a recibir ayudas humanitarias para nuestros ancianatos, hospitales, seminarios, etc. En este sentido, Víctor Manuel no escatimó esfuerzos. Siguiendo su experiencia pudimos abrir la primera casa de refugio para migrantes en Ureña y luego en San Antonio del Táchira. Para ello, pudimos contar con la ayuda de algunos organismos internacionales con los que se hizo convenios para esta tarea.

Luego de abierta la frontera, acción en la que pudimos participar desde nuestra competencia, se fortalecieron las casas de “paso” o de “refugio” y la atención a quienes, en grandísimo número, pasaban de Venezuela a Colombia. En La Parada Víctor Manuel organizó una casa de “paso” donde brindaba atención a miles de migrantes y personas necesitadas de un plato de comida.

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Con la ayuda de un buen grupo de sacerdotes y laicos, se llegaba a repartir hasta 7 mil almuerzos y otras ayudas. Se organizó también la participación de un grupo de laicos (por parroquias) de San Cristóbal y seminaristas para colaborar cada día en esa y otras casas de “paso”.

Asimismo, tuvo la sensibilidad para organizar variados servicios para las personas más necesitadas de su Diócesis. No hay que pensar que sólo hacía su trabajo con el sector de personas migrantes. Creó escuelas para emprendedores y también fue haciendo tomar conciencia de la acción social de la Iglesia en el campo de lo social.

Por otra parte, se fue profundizando la fraternidad en la mutua ayuda entre las dos diócesis: intercambio de profesores, intercambio de ayuda entre sacerdotes. Nos visitábamos con frecuencia; de igual modo lo hacían los sacerdotes de ambas diócesis.  Con ocasión de las celebraciones de la Misa Crismal, acudía él a las nuestras y yo a las de Cúcuta… siempre acompañados por algunos sacerdotes.

Una cosa importante a destacar fue la promoción de los diversos instrumentos de Medios de Comunicación Social de la Diócesis: la Prensa escrita, la radio y el centro televisivo. Los nuestros estaban intercomunicados con los de Cúcuta.

Si algo distinguió a Víctor Manuel, amén de otras grandes capacidades fue tanto su fraternidad como su preocupación por los más necesitados, migrantes y pobres. Siempre tuvo una visión de futuro con la cual se animaba a resolver las grandes dificultades que encontró en su Iglesia Local. Aunque no hacía gala externa de ello, soy testigo de que era un hombre de oración y vida espiritual, que alimentaba con su eucaristía y la Palabra.

Durante su ministerio episcopal en el Ordinariato Militar de Colombia, siguió siendo el mismo de siempre: sensible a lo social y a los más necesitados (y no sólo dentro del estamento militar), dedicado a ayudar a los demás en especial a los más requeridos de auxilio.

Incluso, no dejó, en la medida de lo posible, de colaborar con Venezuela. Siempre hablaba de su gratitud hacia nuestro país, el cual, durante un largo tiempo, cuando las situaciones socio-económicas de Colombia no eran favorables, acogió a familiares suyos y les brindó apoyo y protección.

Ahora, marcado por la Pascua del Señor y su ascensión, ha partido a la casa del Padre Eterno. Estamos plenamente seguros que allí fue recibido con una frase propia de Jesús: “Tuve hambre y me diste de comer… fui forastero y migrante y me acogiste”. Porque esa fue una de las más bonitas expresiones de la vida del cristiano, sacerdote y obispo… Ciertamente que la Iglesia en Colombia estará agradecida por su testimonio. Así lo han manifestado sus Pastores y otros tantos hermanos.

En Venezuela, particularmente en este eje fronterizo que une Cúcuta con San Cristóbal como Diócesis hermanas, queremos manifestar nuestra gratitud a Dios por habernos dado el don de Víctor Manuel. En justicia, sea la sociedad civil como la Iglesia Local de San Cristóbal deberán hacer un reconocimiento que perdure en el tiempo para que su memoria permanezca viva entre nosotros.

Me imagino que el Dios de la Vida, al recibirlo en la casa eterna, le habrá pedido que esté pendiente de tantos migrantes de todo el mundo que llegan buscando el último, pero más seguro de los abrigos. En ese sitio, al darles la bienvenida, ellos volverán a experimentar que fueron forasteros-migrantes y ahora tienen el abrigo definitivo, sabroso y seguro de la eternidad.

Hacemos llegar nuestro saludo fraterno a los obispos hermanos de Colombia; a los miembros del Ordinariato Militar y, en especial al obispo, presbiterio y laicado de la querida Diócesis de Cúcuta. Nuestra oración los acompaña desde este lado de la frontera, pidiéndole al Señor que multiplique las vocaciones al sacerdocio y al servicio de opción por los más pobres y excluidos. Por supuesto, a su familia, a quien reiteramos que Víctor los amaba mucho y nos hablaba de Ustedes con alegría.

Querido Víctor Manuel: te has adelantado, pues Dios mismo te ha llamado. Aquí seguiremos actuando en el nombre del Señor. Lo bonito es que nos podremos encontrar algún día para compartir en el cielo lo que aquí compartimos con harta frecuencia: el banquete del reino. Dios te está pagando todo lo que has hecho por nosotros… Nosotros te recordamos con el cariño de siempre.

Monseñor Mario del Valle Moronta, obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal

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