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lunes, diciembre 15, 2025
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San Oscar Arnulfo Romero: “Nada me importa tanto como la vida humana”

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En el año de 1917 nació en Ciudad de Barrios, El Salvador, Oscar Arnulfo Romero, fue el segundo hijo de ocho hermanos, quien demostró desde muy joven su vocación por ser sacerdote, una realidad que comenzó a cristalizarse a sus 13 años de edad con su ingreso al Seminario menor claretiano de San Miguel para posteriormente integrarse al Seminario de San José de la Montaña de San Salvador, dirigido por jesuitas.

Sus estudios los continúa en la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma, donde tendrá la fortuna de conocer a monseñor Giovanni Battista Montini, el futuro papa Pablo VI. Ya para el 4 de abril de 1942, día de su ordenación escribiría, en su diario una habitual actividad que se volvió costumbre: “Deseo ser una hostia para mi diócesis”.

Como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, es obligado a regresar, en el año 1943 a El Salvador, donde fue nombrado párroco de Anamorós y luego de San Miguel. Por sus acciones fue electo secretario de la Conferencia Episcopal, en el año 1968. Pablo VI lo designa en el año 1970 como obispo auxiliar de San Salvador y ya en el año 1974 es nombrado obispo de Santiago de María.

Lea también: Ciencia, ética y el futuro de la vejez en la Cumbre sobre Longevidad del Vaticano

“En 1977 lo llama para suceder al arzobispo metropolitano de San Salvador, Luis Chavez González, portavoz de una pastoral social muy intensa. Su nombramiento suscita perplejidad, pues la índole contemplativa de Romero no parecía la más adecuada para enfrentar la dramática situación de un país que en aquella década vive una guerra civil entre las fuerzas armadas y diversos grupos insurgentes a causa de la falta de libertades, la gigantesca brecha entre ricos y pobres y la posesión de la tierra en manos de pocas familias”.

Su postura ante la realidad política y social de su país emerge con el asesinato de Rutilio Grande, es en este episodio de la historia salvadoreña cuando fomenta la creación de la comisión para la defensa de los Derechos Humanos, hace un llamado a la reconciliación acompañada de la justicia, sin justificar la violencia revolucionaria que se estaba instaurando en el país.

“Con este pueblo no cuesta ser un buen pastor”, dice, y sus homilías son cada vez más multitudinarias. A los que le reprochan que está haciendo política responde: “Lo que busco no es política. Si por necesidad del momento estoy iluminando la política de mi patria es porque soy pastor, y es a partir del Evangelio, que es una luz que tiene que iluminar las calles del país”.

El Domingo de Ramos del 23 de marzo de 1980, el santo pronuncia el sermón que hoy día es parte de la historia de El Salvador llamada “La homilía del fuego”, luego de una nueva represión que generó 43 muertes en una semana San Oscar Arnulfo Romero, desde el altar insiste en detener la anarquía y el caos: “Ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: No matar… Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado”

“Al día siguiente, un descapotable rojo se para enfrente de la capilla del Hospital de la Divina Providencia donde el arzobispo está celebrando Misa. De la ventanilla trasera asoma un rifle, pero los fieles, que miran al altar, no pueden verlo. “Que este Cuerpo inmolado y esta Sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”, dice terminando su última homilía. El disparo, cuentan los presentes, sonó como una bomba. Romero cayó a tierra con el corazón atravesado, mientras el automóvil se daba a la fuga”.

El 14 de octubre de 2018, el obispo mártir El Salvador, Monseñor Oscar Romero, fue canonizado en la Plaza de San Pedro.

Carlos A. Ramírez B.

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